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La literatura y el mar VII. Robert Louis Stevenson
La literatura y el mar VII. Robert Louis Stevenson
Stevenson, autor de "La isla del tesoro" obra que complace a todos, jóvenes y adultos, porque en ella ofrece lo que todo buen escritor en sus obras: llenar el vacío de aventuras y de sueños de los lectores.
Ana Alejandre
Continuando con la serie “Literatura y el mar”, y por orden cronológico de publicación de las obras más emblemáticas de la literatura marítima, aparece la mítica obra “La isla del tesoro”, publicada en 1883 por Robert Louis Stevenson.
Stevenson, escritor escocés (Edimburgo, 1850 - Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894), era hijo de un acaudalado ingeniero, Thomas Stevenson, y de Margaret Balfour, descendiente de una conocida familia escocesa.
A consecuencia de una grave enfermedad pulmonar (tuberculosis) que comenzó a padecer desde muy niño, acompañada de otras dolencias, pasó largos períodos de convalecencia y en ellos Robert fue cuidado por Alison Cunnigham, quien le contaba muchos relatos de aventuras, lo que despertó su imaginación e interés por dichas historias.
Por deseo de su padre, que quería que continuara su carrera, comenzó a estudiar Ingeniería Náutica, en la Universidad de Edimburgo, aunque abandonó muy pronto dichos estudios y pasó a estudiar Derecho y, una vez licenciado, ejerció la profesión de abogado durante muy poco tiempo.
Stevenson ya sabía que su vocación era la literatura y, a partir de los veinticinco años, se dedicó de manera exclusiva a la escritura, colaborando en revistas, publicando relatos y como articulista, y entró en esa época en contacto con el mundillo literario. En él conoció al editor y escritor Sir Leslie Stephen, y a los escritores Henry James y William Ernest Henley. Aunque sus mayores influencias literarias las recibió de Daniel Defoe, autor de “Robinson Crusoe” (1719), Jonathan Swift, quien escribió, entre otras obras, la famosa “Los viajes de Gulliver” (1726); Stendhal, autor de “Rojo y Negro”, entre otras muchas obras, y Henry Fielding, quien está considerado como el creador de la tradición novelística inglesa junto a su contemporáneo Samuel Richardson.
Por su dolencia pulmonar tuvo que trasladarse a climas más propicios que la húmeda y fría Escocia, por lo que viajó continuamente, experiencias que después plasmó en sus libros. Su primer libro publicado fue “Un Viaje Al Continente” (1876), obra en la que narra sus viajes en canoa, junto a Walter Simpson, en un largo recorrido desde la ciudad belga de Antwerp hasta Pontoise. Y otros de sus libros de viajes son “Viaje Tierra Adentro” (1878) y el que lleva el título “Viaje en burro Por Las Cevennes” (1879).
En uno de sus numerosos viajes, llegó a California (EE. UU.) y allí conoció a Fanny Osbourne, dama norteamericana, divorciada y diez años mayor que él, con la que contrajo matrimonio en 1879. En esos años publicó “La isla del tesoro” (1883). Más tarde se trasladó a Suiza donde estuvo una temporada y, también, viajó a la Riviera francesa, antes de regresar a su país, en 1884.
Ya en el Reino Unido, donde permaneció hasta 1887, publicó otras dos novelas de aventuras que se hicieron muy populares: “La flecha negra” y “Raptado”, y, también, el relato “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde” (1886), considerada como una obra maestra del terror fantástico.
Los viajes siguieron teniendo un gran protagonismo en su vida y, en 1888, realizó con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los llevó hasta las islas Samoa. La belleza del archipiélago lo sedujo, por lo que decidió fijar su residencia allí y permaneció en Samoa hasta su muerte, recibiendo la admiración y el respeto de los nativos. En aquella idílica isla escribió sus últimas novelas como son “El señor de Ballantrae”, “El náufrago”, “Carionay“ y “El duque de Hermiston”, novela póstuma e inacabada.
Toda su obra literaria estaba basada en argumentos en los que las aventuras y el género fantástico se aunaba produciendo unas narraciones plenas de emoción, intriga y acción. En todas sus novelas y relatos aparece nítidamente la oposición del bien y el mal, en una constante alegoría moral, a la que une, como recursos narrativos, el constante misterio, el suspense y la aventura. En sus libros hay un constante ensalzamiento del valor, la lealtad y la alegría de vivir que por eso ofrecen a los lectores unas historias que gozan, desde su publicación hasta el presente, de una gran popularidad y los convierten en inolvidables para todo tipo de lectores.
En cuanto a su obra más famosa, la ya citada “La isla del tesoro”, Stevenson la comenzó a escribir con 29 años, obra que le dio inmensa popularidad y se considera su primer éxito literario.
Todo se inició cuando el escritor estaba con cinco miembros de su familia de vacaciones en una casa de campo de Braemar, en las Tierras Altas escocesas, en 1851. Hacía un tiempo lluvioso, frío y desapacible, aunque era un verano tardío, e inventaron el pasatiempo de escribir entre todos una historia, haciéndolo cada uno de ellos, consecutivamente, por un período de quince minutos.
Todos los miembros de su familia fueron añadiendo sus propias invenciones, desde el dibujo de un mapa y un barco hundido por parte del hijastro de Stevenson que tenía doce años, hasta su padre que escribió el contenido del cofre del tesoro, texto que Stevenson respetó con total exactitud; así como también su progenitor sugirió algunas escenas, como la que sucede cuando Jim Hawkins se oculta en el barril de manzanas.
La obra comenzó a publicarse por capítulos semanales en la revista Young Folks, entre 1881 y 1882, pero no llegó alcanzar resonancia entre los lectores hasta que se publicó como libro, en 1883, que fue cuando consiguió una gran popularidad. El propio autor reconoció la gran influencia de Washington Irving en su novela.
Stevenson nunca tuvo contacto con piratas, ni navegó como marino, pero sus descripciones de la vida en el mar son muy acertadas. Su padre y su abuelo eran ingenieros de faro y los acompañó con frecuencia para inspeccionar los faros de Escocia. Además, el autor había cruzado el Océano Atlántico dos años antes de escribir su famosa novela, lo que parece haberle enseñado muchas de los usos y costumbres marineras a las que describe con toda verosimilitud.
En cuanto a su famosa novela “La isla del tesoro”, su historia la protagoniza Jim Hawkins, un chico que trabaja junto a sus padres en la posada del Almirante Benbow, a la que llega un día el pirata Billy Bones, que lleva consigo un viejo cofre. La misma noche que fallece el padre de Jim aparece un marinero ciego. El recién llegado profiere amenazas contra Bones, advirtiéndole que él y sus secuaces lo atacarán para recuperar el cofre. Bones fallece de apoplejía por su excesivo consumo de ron, y Jim y su madre le roban el cofre en el que se encuentra el mapa del tesoro. Este hecho llevará a Jim a vivir un sinfín de aventuras en las que tendrá que enfrentarse a marinos, piratas e innumerables peligros para encontrar el legendario tesoro.
En dichas peripecias está acompañado de personajes como John Silver el Largo, un pirata que se hace pasar por un simple cocinero para conseguir el tesoro. Aunque es mentiroso, cumple su palabra siempre. Está, también, el Doctor Livesey: amigo de Jim y es, además, el médico del barco. Valeroso y responsable hasta el extremo de cumplir con su trabajo al curar a los piratas del otro bando. También, aparece El Caballero Trelawney, noble amigo del doctor Livesey. De gran corpulencia y de piel áspera y curtida por sus viajes.
Otro personaje es Ben Gunn, marinero abandonado por John Silver en la isla del tesoro, de apariencia delgada y con la piel quemada por el sol. Por último, aparece el Capitán Smollett: capitán de La Hispaniola, barco en el que navegan el protagonista y sus aliados. De carácter arisco e irritable, al que le enoja lo que sucede en el barco. Todos estos personajes inolvidables forman parte ya de las mejores historias de aventuras en el mar y han sido los predilectos de varias generaciones de lectores en todo el mundo.
Robert Louis Stevenson falleció en el año 1894 en Vailima, a causa de una hemorragia cerebral con sólo 44 años. En la Polinesia le llamaban el “Tusitala” (el cuenta cuentos). Allí escribió varias obras, ya citadas anteriormente, en colaboración con Lloyd Osbourne, el hijo que su esposa tuvo en su primer matrimonio.
Su obra literaria comprende tanto novelas como escritos poéticos y relatos cortos, y está caracterizada por la brillante unión entre la vida aventurera y el análisis psicológico de unos personajes que presentan la dualidad moral tan característica de la condición humana. Todo ello narrado con la fluidez y pericia que demuestran su extraordinario talento narrativo.
Es por ello, por lo que la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el “romance” por excelencia, y de la literatura marítima de la que sirve de paradigma la novela “La isla del tesoro”, que ya forma parte del imaginario de los lectores que siguen leyéndola con deleite, sin distinción de edad ni condición. Es una obra que complace a todos, jóvenes y adultos, porque en ella Stevenson ofrece lo que todo buen escritor en sus obras: llenar el vacío de aventuras y de sueños de los lectores, ofreciéndoles historias en las que la diversión está asegurada y el placer de una buena lectura, apta para todos los públicos, porque la necesidad de soñar y vivir aventuras es consustancial al ser humano. Eso lo supo desde muy pequeño Stevenson, cuando le narraban historias de aventuras que le incitaron a vivirlas cuando fue adulto. Quiso hacer realidad las historias que oía de niño y, después, ofrecérselas a los lectores en sus obras en las que vertió todo el caudal de autenticidad, alegría, pasión por la vida y verdad que toda aventura necesita para ser vivida y recordada por quien la vivió y, después, por quien la escucha o lee.
Esa es la magia de la buena literatura, la que nunca muere en el recuerdo de sus lectores. Por ese motivo, “La isla del tesoro” está tan vigente como cuando fue publicada y seguirá siéndolo en el futuro. El secreto es que ofrece en su lectura el tesoro más apreciado por todos los seres humanos: la capacidad de soñar, sin tener que viajar a una lejana isla en busca de un codiciado tesoro que está y estará siempre en el corazón de todo ser humano y no es otro que su propia, rica e inagotable imaginación.
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