Usted está aquí:  >>> Crónicas de hoy 

Represión e ingeniería social

iNGENIERIA SOCIAL

 

Represión e ingeniería social

Marcelino Lastra
.
Si la sociedad no es una obra de ingeniería, ni es el resultado de una labor arquitectónica de los hombres, éstos no pueden rebelarse contra ella porque, en todo caso, se estarían levantando contra su propia naturaleza, de hecho sociable (…) Si es un artificio que depende de su voluntad, la posibilidad de una revolución que desmonte el edificio societario queda a su alcance. Que sea una tarea fácticamente imposible, no quita que se pueda intentar (…) En ello consiste, precisamente, el poder mítico de una ideología. (El poder de lo fáctico. Vicente Gonzalo Massot)

La ideología madre, arquitecta de la idea de que la naturaleza comunitaria del ser humano es fruto de un constructo social, por tanto artificiosa, es la liberal, y su catecismo dogmático, el famoso Contrato Social de Rousseau.

Las ideologías están llenas de incongruencias y/o postulados místicos con los que alimentan sus mitos. El liberalismo no fue ni es una excepción.

Los postulados individualistas chocaban frontalmente con los comunitarios existentes antes de la Revolución Francesa. Era necesario crear un corpus teórico –una ideología-, un relato que denigrara a las organizaciones sustentadoras del hacer comunitario, y un ejército de “antifas”, de los de entonces, encargado del trabajo sucio –muy sucio, diría yo- a cambio de cierto reconocimiento en la nueva estructura de poder.

Los sindicatos prerrevolucionarios eran los gremios: organizaciones profesionales que regulaban la actividad y categoría profesional de sus miembros, así como las relaciones entre los mismos; sus diferencias se dirimían dentro de ellas. Es cierto que los gremios ejercían un monopolio y necesitaban abrirse al resto de la sociedad. Un asunto era ese, y otro la decisión tomada por los revolucionarios: su demolición y el castigo penal para quienes trataran de defender cualquier interés colectivo. En paralelo, fue arrasada otra de las instituciones comunitarias claves: la propiedad comunal de la tierra. La prohibición de cualquier tipo de sindicación, junto al despojo del comunal de la gente del campo supuso un desplome de los salarios y miríadas de seres humanos peleándose entre sí por conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca y dispuestas a hacer cualquier cosa, por ejemplo: engrosar los nuevos ejércitos encargados de someter a sangre y fuego a quienes se negaran a aceptar la situación. El conocido y espeluznante genocidio de la región de La Vandee fue un ejemplo paradigmático. La Revolución enfrentó entre sí a la gente sencilla.

La tercera institución a demoler fue la Iglesia; sencillamente porque ejercía una labor de cohesión y ensamblaje comunitario. No eran sus dogmas, era la ligazón comunitaria lo que había que desterrar. El carácter comunitario del hombre debía ser desterrado. La Revolución tenía que actuar contra todo lo que aportara algo de cemento de unión.

Para justificar la ruptura brusca y sangrienta de los lazos hubo que idear una teoría sobre el origen de los agrupamientos humanos y apareció el ya mencionado Contrato Social, según el cual, el estado de naturaleza del hombre era la soledad. Es decir, en un principio los hombres vagaban de uno en uno por la Tierra hasta que se produjo un evento mágico y aquellos individuos aislados decidieron juntarse a la sombra de un abedul, o quién sabe dónde, para hacer un pacto mediante el cual cada quien cedería parte de su libertad a cambio de otros beneficios de los que carecía hasta entonces.

Como mito fundacional de una ideología puede pasar. Ahora bien, negar la naturaleza comunitaria del ser humano es de una irracionalidad tal, que fue y es imposible de asumir salvo por una represión brutal y una ingeniería social de idéntico cariz. Pero, ojo, aquellos que entronizaron a la diosa Razón fueron los mismos en crear un relato sobre la sociabilidad del hombre, digno de un escritor de ciencia ficción; algo que el liberalismo de toda laya, pasado y actual, evita reconocer.

Lo que estamos viviendo, hoy en día, es el devenir de 250 años de una ideología que encumbró al individualismo frente a la comunidad, identificando al colectivismo gregario fruto de la agrupación aborregada, con el espíritu comunitario nacido por la necesidad de ayuda mutua.

La organización comunitaria es sinérgica, donde 1+1 es superior a dos; el gregarismo, no; sin embargo estamos hartos de escuchar a los gurúes de la comunicación confundirlo todo.

El liberal código napoleónico instituyó el concepto de familia nuclear –padres e hijos-, marginando el tradicional de familia extensa –abuelos, tíos, primos…..-. El mismo código estableció la sujeción de la esposa al marido, con la finalidad de quebrar la voluntad femenina: la mujer había sido un verdadero problema para la Revolución, al ser el miembro de la familia que se opuso con más determinación a dejar su vida de siempre y echarse a los caminos a buscar un mendrugo de pan para sus hijos o a aceptar la movilización militar forzosa impuesta por el nuevo orden. Por este motivo, las revoluciones liberales marginaron a la mujer en su llamado derecho de sufragio. La excusa siempre fue la misma: eran muy beatas. Argumento que debería dar vergüenza a quienes aún hoy lo utilizan. Lo fueran o no

-algo a lo que tenían absoluto derecho- la verdad es que peleaban como leonas para que su familia no fuera expulsada como perros de sus tierras comunales.

De la familia extensa se pasó a la nuclear. Hoy, la ingeniería social ha establecido la lucha entre el hombre y la mujer y la emancipación de los hijos bajo la tutela “amorosa” del Estado.

La destrucción de los vínculos de ayuda mutua ha sido imparable. Todo ha sido acaparado por el Leviatán, hasta el punto de que ya no sabemos vivir en comunidad. Si un vecino hace ruido por la noche, ¿qué haremos?; ¿le pediremos que haga el favor de dejar de hacerlo o llamaremos a la policía?

Hemos pasado de considerar artificial a la naturaleza comunitaria del ser humano a considerar de igual forma a la propia persona, negando la realidad incontestable de la biología.

La lingüística creativa se ha sacado de la manga la palabra género para distinguirla de sexo. Ésta se referiría a la realidad biológica, aquélla a la autopercepción que cada uno tenga de sí mismo, en un psicologismo donde la lluvia podrá caer del cielo o no, en función del capricho de cada cual. Las cacareadas revoluciones modernas prometieron el cielo en la Tierra. En la premodernidad se consideraba al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios ¿Hoy?

La aberración es de tal magnitud que sólo podrá sobrevivir con una terrible combinación: Una represión e ingeniería social inusitadas, donde la enseñanza obligatoria jugará un papel fundamental, tal y como sucediera dos siglos y medio atrás.

miciudadreal - 9 julio, 2021 – 08:1717 Comentarios
Si la sociedad no es una obra de ingeniería, ni es el resultado de una labor arquitectónica de los hombres, éstos no pueden rebelarse contra ella porque, en todo caso, se estarían levantando contra su propia naturaleza, de hecho sociable (…) Si es un artificio que depende de su voluntad, la posibilidad de una revolución que desmonte el edificio societario queda a su alcance. Que sea una tarea fácticamente imposible, no quita que se pueda intentar (…) En ello consiste, precisamente, el poder mítico de una ideología. (El poder de lo fáctico. Vicente Gonzalo Massot)

La ideología madre, arquitecta de la idea de que la naturaleza comunitaria del ser humano es fruto de un constructo social, por tanto artificiosa, es la liberal, y su catecismo dogmático, el famoso Contrato Social de Rousseau.

Las ideologías están llenas de incongruencias y/o postulados místicos con los que alimentan sus mitos. El liberalismo no fue ni es una excepción.

Los postulados individualistas chocaban frontalmente con los comunitarios existentes antes de la Revolución Francesa. Era necesario crear un corpus teórico –una ideología-, un relato que denigrara a las organizaciones sustentadoras del hacer comunitario, y un ejército de “antifas”, de los de entonces, encargado del trabajo sucio –muy sucio, diría yo- a cambio de cierto reconocimiento en la nueva estructura de poder.

Los sindicatos prerrevolucionarios eran los gremios: organizaciones profesionales que regulaban la actividad y categoría profesional de sus miembros, así como las relaciones entre los mismos; sus diferencias se dirimían dentro de ellas. Es cierto que los gremios ejercían un monopolio y necesitaban abrirse al resto de la sociedad. Un asunto era ese, y otro la decisión tomada por los revolucionarios: su demolición y el castigo penal para quienes trataran de defender cualquier interés colectivo. En paralelo, fue arrasada otra de las instituciones comunitarias claves: la propiedad comunal de la tierra. La prohibición de cualquier tipo de sindicación, junto al despojo del comunal de la gente del campo supuso un desplome de los salarios y miríadas de seres humanos peleándose entre sí por conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca y dispuestas a hacer cualquier cosa, por ejemplo: engrosar los nuevos ejércitos encargados de someter a sangre y fuego a quienes se negaran a aceptar la situación. El conocido y espeluznante genocidio de la región de La Vandee fue un ejemplo paradigmático. La Revolución enfrentó entre sí a la gente sencilla.

La tercera institución a demoler fue la Iglesia; sencillamente porque ejercía una labor de cohesión y ensamblaje comunitario. No eran sus dogmas, era la ligazón comunitaria lo que había que desterrar. El carácter comunitario del hombre debía ser desterrado. La Revolución tenía que actuar contra todo lo que aportara algo de cemento de unión.

Para justificar la ruptura brusca y sangrienta de los lazos hubo que idear una teoría sobre el origen de los agrupamientos humanos y apareció el ya mencionado Contrato Social, según el cual, el estado de naturaleza del hombre era la soledad. Es decir, en un principio los hombres vagaban de uno en uno por la Tierra hasta que se produjo un evento mágico y aquellos individuos aislados decidieron juntarse a la sombra de un abedul, o quién sabe dónde, para hacer un pacto mediante el cual cada quien cedería parte de su libertad a cambio de otros beneficios de los que carecía hasta entonces.

Como mito fundacional de una ideología puede pasar. Ahora bien, negar la naturaleza comunitaria del ser humano es de una irracionalidad tal, que fue y es imposible de asumir salvo por una represión brutal y una ingeniería social de idéntico cariz. Pero, ojo, aquellos que entronizaron a la diosa Razón fueron los mismos en crear un relato sobre la sociabilidad del hombre, digno de un escritor de ciencia ficción; algo que el liberalismo de toda laya, pasado y actual, evita reconocer.

Lo que estamos viviendo, hoy en día, es el devenir de 250 años de una ideología que encumbró al individualismo frente a la comunidad, identificando al colectivismo gregario fruto de la agrupación aborregada, con el espíritu comunitario nacido por la necesidad de ayuda mutua.

La organización comunitaria es sinérgica, donde 1+1 es superior a dos; el gregarismo, no; sin embargo estamos hartos de escuchar a los gurúes de la comunicación confundirlo todo.

El liberal código napoleónico instituyó el concepto de familia nuclear –padres e hijos-, marginando el tradicional de familia extensa –abuelos, tíos, primos…..-. El mismo código estableció la sujeción de la esposa al marido, con la finalidad de quebrar la voluntad femenina: la mujer había sido un verdadero problema para la Revolución, al ser el miembro de la familia que se opuso con más determinación a dejar su vida de siempre y echarse a los caminos a buscar un mendrugo de pan para sus hijos o a aceptar la movilización militar forzosa impuesta por el nuevo orden. Por este motivo, las revoluciones liberales marginaron a la mujer en su llamado derecho de sufragio. La excusa siempre fue la misma: eran muy beatas. Argumento que debería dar vergüenza a quienes aún hoy lo utilizan. Lo fueran o no

-algo a lo que tenían absoluto derecho- la verdad es que peleaban como leonas para que su familia no fuera expulsada como perros de sus tierras comunales.

De la familia extensa se pasó a la nuclear. Hoy, la ingeniería social ha establecido la lucha entre el hombre y la mujer y la emancipación de los hijos bajo la tutela “amorosa” del Estado.

La destrucción de los vínculos de ayuda mutua ha sido imparable. Todo ha sido acaparado por el Leviatán, hasta el punto de que ya no sabemos vivir en comunidad. Si un vecino hace ruido por la noche, ¿qué haremos?; ¿le pediremos que haga el favor de dejar de hacerlo o llamaremos a la policía?

Hemos pasado de considerar artificial a la naturaleza comunitaria del ser humano a considerar de igual forma a la propia persona, negando la realidad incontestable de la biología.

La lingüística creativa se ha sacado de la manga la palabra género para distinguirla de sexo. Ésta se referiría a la realidad biológica, aquélla a la autopercepción que cada uno tenga de sí mismo, en un psicologismo donde la lluvia podrá caer del cielo o no, en función del capricho de cada cual. Las cacareadas revoluciones modernas prometieron el cielo en la Tierra. En la premodernidad se consideraba al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios ¿Hoy?

La aberración es de tal magnitud que sólo podrá sobrevivir con una terrible combinación: Una represión e ingeniería social inusitadas, donde la enseñanza obligatoria jugará un papel fundamental, tal y como sucediera dos siglos y medio atrás.

 

Los textos, videos y audios de esta web están protegidos por el Copyright. Queda totalmente prohibida su reproducción en cualquier tipo de medio o soporte, sin la expresa autorización de sus titulares.
Editanet © Copyright 2017. Reservados todos los derechos