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Humanidad sostenible
Humanidad
Humanidad sostenible
Angel Sánchez García
“La inteligencia del planeta es constante, y la población sigue aumentando” (Arthur Charles Clarke)
Ángel Sánchez García
La Humanidad sostenible es la nueva realidad que tratan de imponer quienes con el control del lenguaje, de las nuevas tecnologías, de las comunicaciones, de las emociones y del debate en la opinión pública pretenden una vez más imponerse a sus semejantes.
Hoy se llama sostenible a todo aquello que debe ser controlado, no equilibrado como parece deducirse.
Por sostenibilidad se entiende todo desarrollo que no comprometa a generaciones futuras y compatibilice las necesidades de los seres humanos y los recursos existentes para satisfacerlas. Se hace referencia entre otros, a la sostenibilidad del desarrollo económico, del cuidado del medio ambiente, del bienestar social pero nunca, porque resultaría desagradable, del número de habitantes del planeta. La sostenibilidad es esa cualidad deseada por todos que a modo de palabra mágica excusa todo tipo de controles de nuevo cuño, no de equilibrios, pues se equilibra aquello que está descompensado no aquello que está en expansión o evolución constante.
La naturaleza cuenta con mecanismos de autocontrol intrínsecos que, a mi juicio, reflejan ese orden superior y trascendente dentro del caos, con el que parece regirse y haberse creado. Esa lucha por la supervivencia y regeneración de la vida, en el caso de la especie humana, especie única y dominante, cuenta con una herramienta formidable: la inteligencia y en concreto la inteligencia aplicada a la tecnología, por tanto, a la producción y distribución de recursos. La tecnología ha sido siempre factor de evolución y también de dominación.
Vivimos una edad oscura. Se tiene, por una parte, una gran confianza en la ciencia, y por otra, un acusado resentimiento contra la propia especie, a la que se culpa de todos los males del planeta. Resulta paradójico que se haya evolucionado como nunca antes y también tecnológicamente y, sin embargo, influya tanto ese pesimismo antropológico que desconfía del ser humano y de sus extraordinarias capacidades para solucionar sus problemas. El colmo del optimismo científico es convivir con el pesimismo en la humanidad.
La pandemia ha puesto de manifiesto, y ese es mi parecer, que se tiene miedo a vivir.
Se tiene miedo a una enfermedad (una más), se tiene miedo a la incertidumbre (una más), se tiene miedo a morir (siempre fue así), se tiene miedo a parar (y tener que pensar), se tiene miedo a elegir (y renunciar), se tiene miedo a la soledad (si te llevas mal), se tiene miedo a vivir, y añado, porque se tiene miedo a morir o podría decirse, a reconocer que ya se está muerto en vida. Esta cultura no ha conciliado, y en eso debería aprender de las civilizaciones anteriores, la vida y la muerte, y eso ha desembocado en crisis y decadencia.
Se acepta de buen grado ceder libertad a cambio de seguridad, porque se tiene miedo. El miedo es una excepcional herramienta de ingeniería social pues es causa de separación y aislamiento social, bajo la excusa del miedo a la pandemia, al cambio climático, a la inseguridad. El orden controlado en el que vivíamos está ahora descontrolado y cuando hay descontrol domina el más fuerte, que es el menos humano y democrático de los órdenes. Me sorprende es que estemos aceptando estos cambios de manera tan sumisa.
Auto-regulable ha sido como desde hace millones de años la vida en el planeta. Ingeniosa y técnica ha sido la solución humana a sus problemas, y sostenible, es decir, controlada, ha de ser la concentración de poder y dinero en tan pocas manos.
La Humanidad, como la vida, es la menos sostenible y planificable de las realidades, porque se regula por sí misma, es libre. Unos, cada vez menos, deciden tener hijos, otros, cada vez más, no. Occidente envejece.
El problema no es la sobrepoblación o la falta de recursos, el problema es la concentración de poder, dinero y falta de escrúpulos en unos pocos, descontrolados y sociópatas, magníficamente (en apariencia) coordinados, que quieren hacer sentir de sobra en el planeta a la otra Humanidad, que sí la tiene.
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