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Javier Cercas
Javier Cercas
javier Cercas,
el escritor que ha sabido crear la novela tetimonio, con límites difusos entre la realidad y la ficción.
Ana Alejandre
avier Cercas Mena, escritor español, nacido en Ibahernando (Cáceres),en 1962, y después, se trasladó con su familia a Gerona, cuando solo contaba cuatro años. En dicha ciudad estudió en el colegio de los maristas. Desde sus años de adolescencia se sintió especialmente atraído por la literatura y el cine, lo que fue el origen de su vocación literaria.Más tarde, estudió filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde se licenció en 1985, y después obtuvo el doctorado en dicha especialidad en la Universidad de Barcelona.Posteriormente, estuvo trabajando durante dos años en la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign (UIUC) y durante esos años escribió su primera novela. El móvil (1987). A partir de 1999, ejerció como profesor de literatura española en la Universidad de Gerona, y comenzó a colaborar con sus artículos y reseñas en varios periódicos. En la actualidad, colabora habitualmente en la edición catalana del suplemento dominical del diario El País.?El éxito le llegó en 2001 con su novela El soldado de Salamina, obra que le valió el reconocimiento a nivel mundial, y por la que recibió numerosas y excelentes críticas de escritores tan prestigiosos y diferentes en sus obras e ideologías como Mario Vargas Llosa,? J. M. Coetzee, Doris Lessing, Susan Sontag y George Steiner. Gracias al éxito de ventas de esta obra, pudo dedicarse únicamente a escribir, dejando su trabajo docente. A esa novela le siguieron otras como son La velocidad de la luz (2005), obra que volvió a validar su talento literario y considerada como libro del año por La Vanguardia y la revista Qué Leer y fue reconocida con varios premios. A esas obras le siguieron Anatomía de un instante (2009) en la analiza la figura de Adolfo Suárez, a partir del golpe de Estado, ocurrido el 23 de febrero de 1981, por la que recibió el Premio Nacional de Narrativa 2010.; Las leyes de la frontera (2012), El impostor (2014), y El monarca de las sombras (2017). En todas ellas se advierte el profundo interés que muestra su autor tanto por la Guerra Civil, como por la Transición que posibilitó la consolidación de la democracia.La novelística de este autor está basada, de forma evidente, en la llamada novela testimonio, basada en hechos reales y otros de ficción, sin que se pueda saber dónde están los límites entre unos y otros.Hasta el momento, ha sido traducida su obra a más de veinte lenguas, y Cercas también ha traducido a autores contemporáneos catalanes y a H.G. Wells. En relación con el proceso de creación, según declaraciones del propio autor, y aunque sus novelas son todas distintas, tienen el nexo común de que su inicio siempre ofrece una pregunta, y la narración intenta una búsqueda de posible respuesta que no logra hallar, por lo que la respuesta ansiada termina siendo, en sí misma, la pregunta inicial. También, afirma que de cada obra solo tiene al principio del proceso de escritura una idea muy vaga y sin detalles de su desarrollo y que sólo lo va perfilando a medida que avanza en la narración. ? Sus obras siempre tienen como escenario narrativo el entorno urbano. Transcurren siempre en el presente o un pasado cercano y están matizadas de un cierto tono humorístico, a pesar de una fuerte y evidente línea de pensamiento izquierdista.Sin embargo, a pesar de su ideología, es crítico con la situación actual de la izquierda en España, como igualmente se muestratotalmente contrario al régimen franquista, lo que le ha supuesto muchas polémicas con otros autores, por las supuestas responsabilidades del Régimen y de la Transición. Todo esto, aún siendo hijo de un Guardia Civil y falangista. No está a favor de los nacionalismos, por considerarlos fruto de la pasión y no del raciocinio, y esta actitud antinacionalista también le ha servido para polemizar con otros escritores e historiadores; así como ha criticado de forma directa a los simpatizantes de ETA. Además, se ha mostrado a favor de una Europa federada o confederada. También, se confiesa ato y anticlerical, aunque está muy interesado en la política del Estado del Vaticano.Aunque rechaza los nacionalismos, sí admite el separatismo porque es una cuestión política, movimiento al que se uniría si le demostraran que el hecho de separarse de España sería beneficioso tanto para Cataluña como para el País Vasco. Lo cual viene a demostrar que detrás del “tema político”, como llama al independentismo, siempre subyace el tema económico que es el eje alrededor del cual gira todo movimiento independentista. “Poderoso caballero es Don Dinero”, como decía Quevedo hace cuatro siglos. La cuestión a dilucidar es dónde termina el nacionalismo y empieza el independentismo, porque uno y otro movimiento siempre persiguen la independencia y, en lo único que se diferencian, es que el nacionalismo está dominado por la pasión y no mira tanto la conveniencia como el separatismo, que usa la razón y le mueve el interés, lo que hace al nacionalismo más simpático y menos repelente que el pragmático separatismo, ante las miradas de los no nacionalistas ni separatistas. Según afirma el propio autor, toda novela es siempre autobiográfica, aunque debe, también, ofrecer una vía de liberación, a modo de catarsis. Esto implica en su tarea de escritor, una determinada construcción de la estructura y en el modo de narrar las historias. Esta fórmula ha sido celebrada por muchos, pero también criticado por otros que reclaman una mayor nitidez y claridad que permitan ver dónde termina la ficción y comienza la realidad, sin posibilidad de confusión alguna.Como lector dice preferir las “novelas fáciles de leer y difíciles de entender”, como es el caso de Don Quijote de la Mancha, que es su novela preferida. En sus influencias literarias reconoce a Jorge Luís Borges como uno de los autores que le han marcado profundamente y al que empezó a leer cuando solo tenía catorce años. También, admite que los dos autores más importantes de la literatura universal, a su juicio, son el mencionado Borges y Franz Kafka, dos escritores muy diferentes entre sí, al igual que sus respectivas obras, pero de indudable calidad literaria ambas.
Bibliografía
Narrativa:
El móvil (1987)
El inquilino (1989)
El vientre de la ballena (1997)
Soldados de Salamina (2001)
La velocidad de la luz (2005)
Anatomía de un instante (2009)
Crónicas:
Una buena temporada (1998)
Relatos reales (2000)
La verdad de Agamenón. Crónicas, artículos y un cuento (2006)
Ensayos:
La obra literaria de Gonzalo Suárez (1993)
Álbum Galmes (2002)
Diálogos de Salamina: un paseo por el cine y la literatura (2003)
PREMIOS
Premio Salambó (2001)
2º premio Librero (2001)
Grinzane Cavour de narrativa (2003)
Premio de la Crítica de Chile
Ciutat de Barcelona
Ciudad de Cartagena
Medalla de Extremadura (2005)
Premio Nacional de Narrativa (2010)
ENLACES
http://javiercercas.blogspot.com/
http://www.catedramdelibes.com/archivos/000163.html
http://www.elpais.com/todo-sobre/persona/Javier/Cercas/5780/
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1571
http://www.abc.es/20101008/cultura-libros/nacional-narrativa-201010081108.html
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/cercas/index.html
http://www.youtube.com/watch?v=hCPSDT8rvnc
http://www.youtube.com/watch?v=3x00wRAxJ34
http://www.revistakafka.com/node/118
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26399/Javier_Cercas
http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=2422
claudio López contra la tragedia
avier Cercas
(El País -10 FEB 2019
Cuando entraban en conflicto los intereses del escritor y el editor, o los de la literatura y la industria editorial, él elegía los de los primeros
EL PASADO 11 de enero murió en Barcelona, a los 59 años, Claudio López Lamadrid, director literario de Penguin Random House y uno de los grandes editores de la lengua española, y en los días siguientes los periódicos prodigaron artículos donde se subrayaba la importancia de su labor, su exigencia intelectual, su encanto personal; su conciencia activa de que en rigor no existe la literatura española, ni la argentina ni la mexicana ni la chilena, sino sólo la literatura en español; la seguridad que contagiaba a sus autores y colaboradores, o su diabólica habilidad para volverse invisible, para escabullirse y desaparecer, en cierto sentido el arte esencial del auténtico editor. Es verdad que, como dijo un relevante político español, vilipendiado cuando se hallaba en activo y colmado de elogios cuando se retiró, en España enterramos muy bien, pero nada de lo que se escribió a la muerte de Claudio López constituye, hasta donde alcanzo, una piadosa exageración dictada por la melancolía. Sin embargo, hay algo que creo que no se dijo en ninguno de esos artículos. Y que me importa mucho decir.
Una tragedia es un conflicto en el que las dos partes en pugna tienen razón. Como se sabe, la relación entre editor y escritor no siempre es fácil: sus intereses legítimos a veces convergen, pero otras veces divergen; estas diferencias pueden enconarse y provocar rencores eternos, que pocas veces se hacen públicos. En tal sentido, la relación entre editor y escritor es casi siempre trágica, pero lo que definía a Claudio López como editor era su rechazo a acatar esa fatalidad. Hablo por experiencia. A lo largo de mi vida he tenido en España, sobre todo, tres editores, el más duradero e insistente de los cuales ha sido Claudio López: en los 10 últimos años, los de nuestra relación, publicó, entre novedades y recuperaciones, nueve de mis libros. Pues bien, durante esa década Claudio López me animó varias veces a hacer cosas que eran buenas para mí (o para mis libros), pero no para él (o para su editorial), y en una ocasión me dio todas las facilidades para que hiciera algo que yo debía hacer, pero que a él no le convenía en absoluto, o que simplemente le perjudicaba. Ya sé que, para algunos, lo anterior será difícil de creer, entre otras razones porque hasta hace poco tiempo, en España, la relación entre editor y escritor era más o menos como la existente entre negrero y esclavo (yo todavía he conocido editores de ese tipo); será difícil de creer, pero es así, y estoy seguro de que no soy el único escritor que puede contar cosas parecidas de Claudio López. Lo cierto es que éste se negaba en redondo a acatar la dimensión trágica de la relación entre editor y escritor: cuando entraban en conflicto los intereses de ambos, elegía los intereses del escritor; cuando entraban en conflicto la industria editorial y la literatura, elegía la literatura; cuando se veía obligado a optar entre él y sus autores, optaba por sus autores. Esto es lo que, para mí, singularizaba a Claudio López como editor, y también como persona. La palabra generosidad no abarca lo que quiero decir, ni siquiera la expresión elegancia moral. Hay más, y más difícil de identificar: quizá se trataba de que Claudio López sentía en secreto la obligación de hacerse cargo de la literatura, de responsabilizarse de ella, de cargarla sobre sus hombros, creando las condiciones para que los escritores diesen lo mejor de sí mismos; eso era quizá lo que hacía de él un editor excepcional. Porque a Claudio López la industria editorial le importaba mucho, pero la literatura le importaba muchísimo más.
Cuando mi padre murió, mi madre repetía que ella entendía muy bien que se hubiese muerto porque todo el mundo se muere; lo que no entendía era que ella no volviera a verlo nunca más. En ese estado de perfecta perplejidad nos deja a veces la muerte de alguien próximo. En ese estado me encuentro todavía ahora, tantos días después de la muerte de Claudio López, incrédulo porque no voy a volver a verle, furioso porque ya nunca podré decirle lo que estoy diciendo aquí, sin que él lo sepa. Y porque nunca ya podré darle las gracias.
https://elpais.com/elpais/2019/02/04/eps/1549283516_693241.html
El triunfo delos mentirosos
Javir Cercas
(El País/ 24 FEB 2019)
Ante la crisis catalana, el Gobierno español fue incapaz de entender que, hoy día, los medios de comunicación no solo reflejan la realidad, la crean
OCURRIÓ POCO DESPUÉS del 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando la mayoría separatista del Parlament derogó de facto el estatuto catalán sin tener legitimidad para hacerlo, violó por enésima vez la Constitución y, rebelándose contra el Estado democrático, colocó a Cataluña en la senda correcta del enfrentamiento civil y la ruina económica. Un día me llamó por teléfono la veterana corresponsal en España de uno de los más importantes semanarios europeos y me pidió que escribiera un artículo sobre lo que estaba pasando en Cataluña. Le contesté que no podía porque estaba enfrascado en una novela. “Mira”, replicó la periodista. “Hace poco yo estaba de vacaciones y mi revista mandó a Cataluña a un compañero que no sabe nada ni de Cataluña ni de España, y que no habla español. Intentó hablar con el Gobierno de Rajoy, pero nadie quiso hablar con él; en cambio, habló con Puigdemont, con Junqueras, con Romeva y con no sé quién más. Te puedes imaginar el reportaje que publicamos”. Hizo una pausa y concluyó: “U os ponéis todos las pilas, o los mentirosos se van a salir con la suya, como en el Brexit. Tú verás”.
Me puse las pilas. No lo hice sólo porque me parezca una mala idea que Cataluña se separe de España, ni siquiera porque el Gobierno catalán estuviera intentando arrebatarnos a la brava derechos fundamentales —empezando por el fundamental: el derecho de ciudadanía—, sino por respeto a la verdad. Así que durante los dos meses de pesadilla que siguieron abandoné mi novela y me dediqué en exclusiva a escribir en publicaciones extranjeras y a contestar preguntas de periodistas de todo el mundo, ocupado día y noche en desmentir las trolas que el separatismo estaba difundiendo con gran éxito, con el dinero de todos los catalanes y la ayuda inestimable de Vladímir Putin: que Franco no había muerto, que España no era una democracia, que esto era una lucha entre Cataluña y España porque todos o casi todos los catalanes estaban a favor de la secesión, que España roba a Cataluña, que la cultura catalana está oprimida y la lengua catalana perseguida, que el referéndum del 1 de octubre fue un referéndum de verdad y que al día siguiente los hospitales catalanes estaban colapsados de heridos, que Cataluña había sido independiente hasta 1714, y la Guerra Civil, una guerra entre Cataluña y España, etcétera, etcétera. Por supuesto, los corresponsales extranjeros en España sabían que todo eso eran trolas y, salvo los que decidieron que salía más a cuenta difundir una mentira romántica y redonda que una verdad compleja y prosaica porque es más fácil contarla y vende más, no las contaron. Pero puedo asegurarles que un periodista recién llegado de Suecia o de Canadá, que no sabe ni español ni catalán y apenas ha tenido tiempo de documentarse, se traga eso y muchísimo más, y se lo cuenta tal cual a sus lectores. ¿Qué hacía a todo esto el Gobierno español? La respuesta es fácil: nada. Integrado por funcionarios camastrones, el Gobierno creyó obtusamente que para superar la crisis catalana le bastaba con tener de su lado a Obama, Merkel y Juncker, y fue incapaz de entender que, hoy día, los medios de comunicación no sólo reflejan la realidad, la crean, y que sin ellos cualquier batalla está perdida. Una vez pasados ya aquellos días aciagos, le recriminé a un diplomático español la pasividad de su cuerpo y del Estado en general. “Verás”, se disculpó. “Es que si nosotros, que somos arte y parte, contamos lo que pasa, nadie nos cree; en cambio vosotros, los ciudadanos de a pie, tenéis más autoridad”. O sea que, mientras el Gobierno catalán gastaba millones en contar mentiras, el español ni siquiera gastaba tiempo en desmentirlas y delegaba en el primer indocumentado al que los periodistas ponían delante un micrófono. Como el menda. Demencial, pero cierto.
Ahora, con ocasión del juicio a los líderes separatistas y la nueva campaña propagandística de la Generalitat, parece que el Gobierno de Pedro Sánchez se pondrá las pilas. Aleluya. Yo les rogaría que no vendan las bondades de España, ni de la democracia o la justicia españolas: que se limiten a defender los derechos de todos y a contar la verdad.
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