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Concejo Medieval

Concejo Medieval

El Concejo

 

Concejo Medievall

CONCEJO MEDIEVAL.

Reunión de vecinos para organizar la vida de los pueblos

Los concejos medievales también guerrearon en batallas como Las Navas de Tolosa.

Su equipo de civiles, organizados y con cargos directivos, realizaba incursiones al territorio árabe.

Laura López-Ayllón_

Se llama concejo medieval a la reunión de vecinos en la plaza de un pueblo para atender asuntos de interés, general. El concejo, cuyo nombre viene del latín concilium, se reunía previa convocatoria, después de misa los domingos a toque de campaña, y podía ser abierto o plenario o limitarse a la reunión de algunos vecinos destacados.

Otros autores como Miguel Artola nos dicen que proviene del Conventos Publicos Vecinorum de la época visigótico. En cualquier caso la asistencia de los vecinos libres, obligatoria bajo pena de multa, constituyó desde el siglo X una organización administrativa que dará lugar a lo que sera conocido después como régimen municipal.

La misión del concejo regulaba las actividades vecinales que afectaban a la mayoría de los residentes del pueblo como los relativos al agua, a la leña, a los pastos, la ganadería, la agricultura y la pesca, los pesos y medidas, o los privilegios y exenciones fiscales.

Si se trataba de organizar una incursión por territorio ocupado por los árabes o de participar en una batalla, como hicieron en Las Navas de Tolosa, las milicias concejiles iban organizadas con sus caballos (los que tenían), armas, medios de transporte, víveres y todo lo necesario.

Cuando se organizaba la participación militar de un concejo, el número de hombres de una villa que acudía nunca era el total de la población sino que debían quedarse los necesarios para defenderla. El concejo, que realizaba antes de partir sus propias ceremonias de homenaje a la bandera, ritos en la iglesia o lo que llamaban procesión de las velas.

Francisco García Fitz, especialista en la guerra medieval, nos pone de manifiesto que las tropas de infanteria utilizaban en las batallas el cuchillo, la lanza y la ballesta

En algunos casos, cuando la expedición partía, se ponía en marcha un “toque de queda” por medio de un toque de campana y todo individuo desconocido que se encontrara en la calle podía ser encarcelado.

En las expediciones de las milicias concejiles se realizaban incendios de cosechas, destrucción de viñas, olivos o higuerales, capturar ganado, arruinar almunias árabes y cautivar o matar a sus vecinos

El jefe era en principio el juez o el alcalde aunque pronto sus atribuciones para las expediciones guerreras las realizaba el adalid, el cargo más importante porque dirigía al grupo de vecinos.

Se conoce la existencia de uno, el de la ciudad de Avila, Sancho Jiménez,conocido por los árabes como el giboso o el de la albarda, quien dirigió a los abulenses en docenas de excursiones o algaras llegando hasta Algeciras o Tarifa y regresando siempre con grandes cantidades de botín.

Otro adalid conocido fue García Romero, que dirigió milicias junto a la vanguardia de Pedro II de Aragón en la famosa batalla de Las Navas y, aunque no se conoce el nombre del adalid, sabemos que la milicia de Madrid iba en la zona central de la batalla junto la mesnada de Diego López de Haro. Participaron en la famosa batalla otras milicias concejiles como las de Soria, Cuenca, Huete, Toledo o Ayllón.

Las funciones de cada jefe de la milicia concejil las definían los fueros de la ciudad, que también fijaban el dinero que debía percibir cuando realizaban expediciones.

La milicia del concejo que iba a participar en la incursión a territorio enemigo o en la guerra contaba con varios jefes o responsables como el NOTARIO, los GUARDADORES, los ATALAYEROS, los CIRUJANOS, los CUADRILLEROS y los CAPELLANES.

El NOTARIO era el encargado de inventariar el numero de hombres, armas y bestias que llevaba el concejo, mientras que los GUARDADORES, también llamados pastores, cuidaban de los prisioneros y del ganado. Su función, según se dice en algunos fueros, era también junto a los cuadrilleros ser responsable del reparto del botín.

Los GUARDADORES se ocupaban de inventariar los objetos obtenidos como botín de guerra y vigilarlos para que estuvieran en perfecto estado hasta el momento de ser repartidos, porque con ellos se indemnizaba a los heridos y a los familiares de los muertos, podían reponerse las armas rotas y los animales heridos o muertos en las batallas.

Si la pretensión no era correr en el campo sino atacar una población, las expediciones se dividían en dos grupos, uno entraba en la ciudad para robar y el otro permanecía a la espera para poder ayudar. Terminada la devastación se volvía al pueblo o ciudad de partida.

El papel de los atalayeros o exploradores consistía en ir a la vanguardia e inspeccionar el terreno, por los que ocupaban el cargo debían tener caballo. Su función se mezclaba a veces con el espionaje. Su papel era fundamental para elegir el terreno adecuado por donde debía pasar la incursión y se aseguraba de informar que hubiera agua o de cuantos enemigos podía encontrarse la milicia.

Su entrada al territorio enemigo debía ser, por tanto, discreta, encubierta y rápida para no alertar a la población por donde iba a pasar la milicia concejil. En algunos casos llevaban guías que conocieran el territorio, y habitualmente adaptar las comidas y el descanso a las circunstancias de cada momento. Si no se cumplía bien la misión y su presencia era conocida por los habitantes de la localidad, el proyecto fracasaba.

Para todo ello la comida necesaria no se transportaba en bestias de carga sino en el sistema de talegas.

Los CIRUJANOS eran los encargados de suturar heridas y poner cataplasmas o vendajes y cobraban al final según el número de casos atendidos. Se conocen especificamente que era lo que se cobraba por cada herida de guerra
pues no era lo mismo perder cuatro dientes que una pierna, un dedo pulgar que uno meñique, o cobrar por el fallecimiento de un caballero o de un peón.

El papel de los CAPELLANES era reconfortar espiritualmente a los heridos y moribundos.

La obligación de acudir a las expediciones, fuera del caso de las batallas formales, se eludía a veces mediante el pago de ciertos tributos o mediante la cesión de armas y caballos, armamento o tiendas, los que permitía a la milicia concejil tener excusados, nos cuenta Vara Thorbeck.

Si los miembros de una milicia concejil desertaban en medio de una batalla en el siglo XIII eran castigados con la pena capital, se derribaban sus casas y se embargaban sus bienes. Hubo una equivocación con una de las milicias y el que dio la información equivocada lo pasó muy mal después.


SANCHO JIMENEZ UN HEROE MEDIEVAL DE AVILA

Sancho Jiménez, adalid de las milicias de la ciudad de Avila, hizo numerosas algaras o incursiones en la zona árabe, en donde llegó hasta Algeciras o punta de Tarifa. Su nombre llegó a provocar temor en todas las tierras islámicas, donde era conocido como El Giboso o el de la albarda, nos cuenta Gonzalo Martínez Díez.

La guerra estuvo llena de algaras, pues del lado árabe el mismísimo Ganim, hijo del rey Lobo, había raziado con éxito las tierras de Toledo y en 1173 fue la milicia de Avila la que arrasó Andalucia llegando victorioso y con mucho botín de Algeciras y Tarifa.

En 1173 Sancho Jiménez salió en primavera hacia Sevilla, atravesó el Guadalquivir por un vado que se encontraba hacia Lora del Rio y devastó la comarca de Ecija y la campiña de Córdoba, donde se apoderó de 50.000 cabezas de ganado lanar, 200 de vacuno y 150 cautivos musulmanes. El adalid repasó el Guadalquivir el tres de abril de 1173 por otro vado aguas arriba de Córdoba.

El califa que conoció esta situación envió varios jeques que llegaron a Córdoba el 4 de abril y ese mismo día continuaron la persecución de los cristianos, a los que alcanzaron el 7 de abril en la vega de Caracuel, cerca de Calatrava. Allí tuvo lugar una batalla en la que murió Sancho Jiménez y se perdió el botín que llevaban. No obstante 200 caballeros abulenses consiguieron escapar su vida.

La cabeza del adalid fue llevada a Sevilla donde el 9 de abril se celebró una gran fiesta con recepción de caídes, jeques, poetas, literatos y oradores.
Çuando la noticia llegó a Avila se encontraba en la ciudad el rey Alfonso VIII quien participó en el gran duelo que tuvo lugar en la ciudad por el adalid y los otros participantes, pues solo se habían salvado 200 caballeros que habían logrado escapar.

 

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