Las mujeres en la Reconquista

La mujer en la Reconquista

Mujeres en la Reconquista

 

Las mujeres en la Reconquista


LAS MUJERES EN LA RECONQUISTA

LAS PAREJAS DE LAS MILICIAS CONCEJILES

SE REUNÍAN EN LA FUENTE, EL RIO, EL HORNO, EL MOLINO...

`Laura López_Ayllón

Las mujeres de las villas medievales no participaban en las milicias concejiles pero si recibían a los que participaban y, si su ciudad era atacada, cuidaban a los heridos.
Es famoso el caso de la reina Berengaria, mujer de Alfonso VII, que, en ausencia de su marido y atacada en Toledo por los musulmanes en 1139, salvo la situación diciéndole al jefe árabe que honor esperan tener tomando la villa a una mujer.

Las cristianas que fueron a poblar villas fronterizas eran muy valoradas aunque en general ellas preferían las villas alejadas de la frontera, en las que también disfrutaban de los privilegios que se concedían a estas poblaciones, principalmente las libertades, nos cuenta Heath Dillard en su estudio de los fueros.

Para que estos ayuntamientos pudieran progresar, era imprescible que vivíeran en ellos muchas mujeres. En ellas se disfrutaba de propiedades y protección, justicia administrada por funcionarios y tribunales locales, exención de arrendamientos locales y otras ventajas.

La unidad residencial era llamada “casa poblada” y en ella si la mujer contaba con casa propia se la llamaba “vecina” y cuando alquilaba una casa “moradora”. Si vivía en una villa era una mujer “villana” y si lo hacía en una aldea “aldeana”.

A las muchachas jóvenes se las llamaba “manceba en cabellos” y la que llevaba cofia en la cabeza, si tenía marido y era una persona digna, era una “una mujer de cofia”.
Las mujeres de edad no casadas eran “mujer soltera o solterona”, es decir, la que ya había pasado la edad de tener hijos.

La mujer más importante de la villa era la “madre de las campanas” o mater familias y dirigía a todos sus sirvientes-nodriza, amas de llaves y criadas-y su función solo era superada por la de la que había quedado viuda, que asumía otras funciones.

Era también importante en la villa“la barragana”, concubina de un sacerdote o de un soltero, mientras que al equivalente masculino se le llamaba “amigo” y no tenía condición oficial.

En muchas villas existían también las “religiosas”, las judías bien consideradas, o las musulmanas, generalmente esclavas o cautivas esperando ser liberadas.

El matrimonio era el acontecimiento más importante en la vida de una mujer y en general concedía privilegios a los solteros recién llegados que de ese modo se ataban a la villa para residir en ella. La iglesia era favorable al matrimonio y daba facilidades para contraerlo pero dificultaba la disolución.

Existían también los “matrimonios clandestinos”, basados en el intercambio de votos consensuales entre la pareja, y que fueron considerados válidos por la iglesia hasta 1215, aunque no hubiera habido celebración pública y sin presencia de extraños, familiares o clérigos.

Una fuerte tradición peninsular se oponía a que las mujeres se casaran contra su voluntad, pero en algunos fueros si la mujer se casaba sin consentimiento familiar era desheredada y su marido proscrito por haberla secuestrado. Si la mujer no tenía ya padre la autoridad pasaba al hermano, de modo que la opinión de la mujer contaba muy poco.

Las arras eran la dote y significaban el nombre que se daba en latín a lo que el comprador entregaba en prenda al vendedor como garantía de los bienes adquiridos, en este caso la entrega de la novia. Si la mujer era mayor no estaba bien visto ya que se consideraba que el hombre con el que el hombre debía tener autoridad.

Si el marido moría , la mujer tenía tres soluciones para solucionar su vida, hacerse monja, volver a casarse o quedarse viuda, pero si elegía esto último podía volver a casarse con quien quisiera y celebrar el matrimonio con mucho menor gasto.

Las mujeres de estas villas se reunían en los sitios comunes del pueblo como la fuente, el horno, el río o el molino, pero también en los patios o las casas para tejer e hilar para vender o para los vestidos de los familiares. Tejían también cofias, colchas, mantas y alfombras.

Estos lugares eran el centro de información y en ellos se socializaba, se conversaba y se cotilleaba, llegando en ocasiones al insulto llamandolas zorras, putas, rocinas o leprosas o llegando a la agresión. Agresión importante era quitar a una mujer la cofia
y despeinarla. También encontrarla caída como si hubiera sido violada.

En las ciudades existía también las taberneras y las tenderas que vendían productos como cera, pimienta, aceite y pescado seco. Otros trabajos de mujeres en las villas era boticarias, joyeras, zapateras y pañeras o entrar como domésticas en las casa pudientes.

 

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