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Nueva realidad y vieja subnormalidad

Nueva normalidad

 

Nueva realidad y vieja subnormalidad


“El ser humano contemporáneo se lleva mal, por lo general, con la realidad” (Anónimo)

Angel Manuel Sánchez García

Tras semanas de estado de alarma en el que hemos podido vivir como en pocas veces un prolongado estado de conciencia, muchas son las reflexiones que hemos podido hacer. El abuso de las nuevas tecnologías quizás haya afectado a nuestra abandonada vida interior pero seguro que hemos tenido momentos para trascender en esta traumática experiencia de estar confinados por tanto tiempo.

Al comienzo de esta tragedia pensaba de forma optimista que la Humanidad podría salir mejor de esta experiencia. El desarrollo de los acontecimientos, la pesadez con la que hemos podido vivir el confinamiento, y la inquietante visión del futuro no me permite hoy afirmar lo mismo.

En un texto escrito para France Inter y publicado por el Corriere della Sera el pasado 4 de mayo, todo un optimista antropológico (ironizo) como Michel Houllebecq afirmaba: “Después del confinamiento no despertaremos en un mundo nuevo. Será igual, o un poco peor”. En su obra Plataforma este autor afirmaba: “Uno cobra conciencia de sí mismo en su relación con el prójimo, y por eso la relación con el prójimo es insoportable”. El coronavirus y el miedo a que el prójimo, que es el próximo, nos lo contagie, acentuará lo que un hombre tan incorrecto como él señala con lucidez.

Esta entrevista despertó mi abúlica conciencia de esos días porque expresaba a la perfección mi pesimismo circunstancial.

No, definitivamente la actitud optimista no me parecía realista, como hoy tampoco me lo parece la actitud pesimista. Dicen que se entra en el otoño de la vida cuando uno acaba concluyendo que el escepticismo es la más realista y acertada actitud ante la vida. Abrazo entonces el escepticismo con resignación.

¿Vamos a salir mejores de esta crisis? Basta dar un paseo y observar al prójimo y observarse para darse cuenta. El que era idiota lo seguirá siendo.

Esta crisis me ha hecho creer que somos plenamente libres para cambiar o para ser sencillamente los mismos que éramos, y que una cosa tiene mucho de vanidad y la otra de realidad.

El ser humano contemporáneo y occidental se lleva por lo general mal con la realidad.

Es la realidad un personaje antipático y acusador. Se resiste a nuestras intenciones y deseos. Señala nuestras limitaciones, pero nos permite conocerlas y con ello podemos superarlas, si bien para superarlas se exige generalmente esfuerzo y sacrificio, es decir, sufrimiento que es algo no valorado en nuestra sociedad.

No hay quizás nada más estúpido como querer desconocer nuestras limitaciones y querer evitar así constantemente nuestra realidad. Cuando uno es estúpido se cometen los mismos errores una y otra vez. Somos capaces de abrazar la estupidez con tal de evitar el sufrimiento, y el caso es que cuando nos equivocamos sufrimos. Esta es una vieja subnormalidad muy de moda en una cultura que hace simpática la idiotez, la cual es un engreimiento sin fundamento, es decir, un narcisismo sin espejo.

Es muy de nuestra época fabricar la realidad cuando esta no nos gusta. Lo han llamado Pos-verdad. Esta palabra me parece muy cursi y engañosa. La verdad, de existir, es total, no es una verdad limitada por el espacio o el tiempo. No hay verdades a medias. Para los no creyentes la palabra `verdad´ podrá ser rechazada, pero no podrá serlo la realidad que permite ser razonada con objetividad. La realidad es una verdad profanada por la vulgaridad de lo concreto y personal. No es abstracta y se impone con grosero aplomo porque no engaña.

Hoy, si no te gusta tu realidad puedes elegir a la carta aquella otra que desees. Todas las ideologías y creencias sirven a este propósito y la dominante cultura audiovisual (la fábrica de sueños) también. Si no me gusto me creo un personaje sobre mí mismo que sí me guste. Si el mundo no me gusta me imagino vivir en otro y si no me gusta otra persona o sus ideas y como no puedo cambiarlas, entonces me vuelvo irritante e intransigente con ellas.

Los fascismos comparten este rechazo por la realidad, está en sus raíces filosóficas y psicológicas.

Hoy día la libertad se reduce esencialmente a poder elegir aquella realidad (personaje y circunstancia) que más nos guste. Este ilusionismo proviene mucho de la realidad virtual que ofrecen las nuevas tecnologías de las que abusamos. A nivel social si alguien marca la diferencia a los demás entre aquello que es real y aquello que es virtual, este es automáticamente señalado, atacado o ridiculizado. Se van a romper muchas relaciones a raíz de lo que estamos viviendo y su interpretación.

La Pos-verdad siempre ha tenido el cometido de convertir en agradable lo desagradable. Es lo que se hace con los niños. Quizás ello explique la infantilización dominante en tantas personas adultas. ¿Una consecuencia de la cultura de la opulencia en la que hemos vivido? Quizás, pero no sólo. Hay ingeniería social.

De la misma manera que desde los medios de comunicación, desde las mismas conversaciones con familiares y amigos hemos evitado hablar de la tragedia de las muchas personas que han perdido la vida de forma miserable porque se les ha impedido una asistencia sanitaria digna y hasta una despedida digna, surge la Nueva Normalidad.

La Nueva Normalidad es un vestido agradable y hecho a la medida para una realidad que es desagradable y donde ya no caben nuestros michelines. Es el cuento de El rey desnudo de H.C. Andersen..

Habrá normalidad o no la habrá. Seremos conscientes de nuestras graves limitaciones o no lo seremos.

Llevaremos mal como sociedad infantilizada y hedonista, tener que admitir que la vida es dura, absurda muchas veces, y hasta grosera. Montaremos en cólera tanto como el niño al que le quitan la golosina o lo que es peor, al que le apagan el televisor o le quitan el móvil.

El compromiso con el sufrimiento ajeno es una buena regla para evaluar nuestra salud moral como sociedad. Y si bien hemos visto numerosas muestras de solidaridad y compromiso, no hemos de olvidar que para que este sea sólido, no puede imperar el pasar página y ese olvido colectivo frente a las injusticias de las que hemos sido testigos.

El tratamiento a nuestros ancianos ha sido indigno. Las generaciones más jóvenes no pueden tratar a sus mayores como si estos no existiesen ni importasen, como si estorbasen o como si fueran sus rivales a la hora de acceder a los servicios públicos, porque eso es lo que parece que está pasando, que hemos entrado en una guerra entre generaciones. Existe darwinismo social. Un narcisista es un darwinista.

Seremos mejores o seremos los mismos. Pero por favor, no me hagan creer que se puede elegir una vida sin muerte, sin enfermedad, sin miedo al desempleo, sin angustia, sin temor a perder a los tuyos, porque eso me convertiría en un idiota y en lo que es más peligroso, en un ser humano profundamente amoral porque sería indiferente al sufrimiento de mi prójimo. Sólo acabaría preocupado por mí y por mi supervivencia, acabaría siendo un narcisista tiránico.

Quería escribir sobre Ética, y el buen carácter y compromiso con el dolor ajeno que ella exige para ser feliz. Quería hablar de forma abstracta, pero mi lucha en el confinamiento con la realidad me ha llevado a este derrotero intimista.

Observo mucha decadencia y mediocridad alrededor, también en mí. Para mí esta decadencia se explica sobre la base de que los seres humanos cada vez nos despreciamos más y ello porque no abrazamos la realidad, bien porque nos aburre bien porque nos compromete demasiado. Preferimos inventar la realidad y ajustarnos a las que nos ofrecen en este gran espectáculo de entretenimiento y manipulación en el que se está convirtiendo nuestra existencia. Esta es la guerra en la que nos encontramos y que explica muchos enfrentamientos en la sociedad entre los que aceptan la realidad y los que la rechazan. Aceptar la realidad es una cosa y otra bien distinta sus injusticias. La cultura del entretenimiento nos ha hecho perder capacidad de discernimiento.

Nos aburrimos porque no nos fijamos aspiraciones nobles. No queremos sufrir y rechazamos la frustración. Con ello matamos esa creatividad que surge de la superación personal. Perdemos así Humanidad. Nuestra cultura lleva al menos más de siglo y medio inmersa en una profunda crisis de los Humanismos. Vivimos inmersos en el Anti-Humanismo, que es el auténtico rostro del Anti-Cristo.

Hay que reaccionar. Detrás de la idiotez y el conformismo solo hay impotencia, miedos, insatisfacción, odio, enfrentamiento, ignorancia y sufrimiento. Un callejón que termina en la autodestrucción o en la muerte en vida, en una vida en permanente y doloroso confinamiento.

 

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