La caja de los truenos, de Juan Marsé

Juan Marsé

Juan Mar´se, escritor

 

La caja de los truenos, de Juan Marsé


José Luís Muñoz

Desde el más allá, en donde esté ese genial chico de barrio que nos dejó en el fatídico 2020, el autor de Últimas tardes con Teresa se suelta la lengua en esos diarios y anotaciones que dejó a título póstumo para que se publicaran. Así es que Lumen ha recopilado al Juan Marsé más ácido, el de los últimos tiempos, el que se sentía ninguneado en una Cataluña oficial que no le reconocía como catalán por escribir en el idioma de Cervantes (una calle y una plaza ya, señora Ada Colau); el que estaba harto de una vida con su sesiones diarias de diálisis (el día de la marmota): el que se había secado literariamente hablando después de habernos regalado un puñado de obras maestras y haber ganado el premio Cervantes, y esos papeles llenos de rabia e improperios de diverso calado, se recopilan con el sugerente título Notas para unas memorias que nunca escribiré.

En esos papeles cargados de morbo, que se venderán como churros, está el Juan Marsé más vitriólico que carga contra ese sueño irreal de la independencia de Cataluña, pero también contra una España que no le gusta, contra sus políticos mediocres y corruptos, contra el grupo Planeta, del que se divorció después del escándalo de la premiación de María de la Pau Janer, y contra un montón de colegas suyos a los que mete en un saco sin cortarse ni un pelo, vivos o muertos, como Baltarsar Porcel, Camilo José Cela, Javier Marías, Carlos Ruiz Zafón, campanudos, impostados o mediocres, según su opinión. Es un Juan Marsé rabioso y nihilista que se va de la vida haciendo ruido y despotricando y que solo reconoce una patria, la de su infancia del Carmelo, y es un Juan Marsé furioso consigo mismo por las limitaciones a que le someten esos malditos años que pesan y en los que uno ya solo vive de los recuerdos y con pastillas.

Tuve la inmensa fortuna de tratarlo en dos ocasiones. La primera vez, de forma muy circunstancial y breve, como miembro del jurado del premio La Sonrisa Vertical que obtuve con Pubis de vello rojo: un hola, enhorabuena y adiós. La segunda vez, seis años más tarde, en una entrevista que le hice para la revista Playboy al hilo de la publicación de una de sus mejores novelas, Rabos de lagartija, y después de las preguntas de rigor, con la grabadora cerrada, dejé de ser el entrevistador y él el entrevistado y compartimos los recuerdos de todos aquellos cines de barrio, ya cerrados, que formaron parte de nuestro imaginario sentimental; rememoramos todas aquellas películas que nos hicieron soñar con aventis, parafraseando al gran maestro de las letras; hablamos de sus retratos carnales (Marsé era progidioso en describir físicamente a sus personajes); sus colaboraciones en las revistas Por favor y Muchas gracias junto a Manuel Vázquez Montalbán sorteando la censura franquista, en una larga conversación que se extendió hasta la hora de la cena.

La última novela de Juan Marsé publicada, y leída por mí, Esa puta tan distinguida, no estaba a la altura del autor de Si te dicen que caí, era casi una serie de exabruptos vertidos con un dudoso sentido del humor y cargas de profundidad demasiado toscas contra el independentismo. Imagino que el propio Juan Marsé se dio cuenta de que se estaba secando, y ahí empezó a morir, del mismo modo que empezó a morir, muchos años antes, mi buen amigo Francisco González Ledesma cuando me confesó que su cabeza ya era incapaz de controlar las historias que se le ocurrían, que cada página que escribía era una ristra de gazapos. El Juan Marsé escritor murió cuatro años antes que lo hiciera su cuerpo, en 2016, pero grita desde ultratumba su rabioso inconformismo, no le acalla la muerte, se muestra, bajo tierra, tan políticamente incorrecto como fue siempre ese chico de barrio rebelde y ácrata a quien echamos tanto de menos. irrepetible. “Cuidado, que me levanto” podría haber escrito en su tumba.

 

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