Saturno y sus hijos

saturno devorando a su hiho, de Francisco de Goya

 

J Saturno y sus hijos

José Luís Muñoz

Los filicidios, el asesinato de los hijos a manos de sus padres, no es nada nuevo, por desgracia. Ya los clásicos tenían un dios atávico, Saturno, que devoraba a sus propios hijos como hacen algunas especies animales con su propia camada, los osos machos sin ir más lejos. Algunas religiones, para resaltar la fidelidad de sus devotos, demandaban a los padres sacrificios terribles como inmolar a sus hijos para probar su fidelidad. Abraham estuvo a un paso de hacerlo con Isaac sino fuera por ese ángel que detuvo su mano homicida. Algunos pueblos amerindios, como los aztecas, arrojaban a sus vástagos a la laguna de Tenochtitlan para propiciar buenas cosechas. En la China maoísta del hijo único, miles, quizá millones, de niñas fueron asesinadas al nacer para dar cabida a un varón en la unidad familiar. Algunas madres matan a sus recién nacidos movidas por la vergüenza de ser madres solteras y ser señaladas por la sociedad o simplemente porque no han podido abortar y no quieren asumir su papel materno. En la agonía de la Alemania hitleriana, Magda Goebbels, la primera dama del III Reich, asesinó con cápsulas de cianuro a sus siete hijos por dos razones: consideraba que vivir sin el Führer no tenía ningún sentido y temía ser juzgada por sus hijos si estos le sobrevivían.

Todo esto viene al caso de ese espantoso infanticidio, porque las dos menores asesinadas eran niñas de muy corta edad, llevado a cabo por ese padre desnaturalizado de Tenerife que ha tenido a la sociedad en vilo durante más de cuarenta días, aunque el final de esa historia era más que previsible desde el principio. Ese padre monstruoso y psicópata, que en todas las fotos aparece sonriente (desconfío, por sistema, de los que ríen sin razón aparente), urdió el más espantoso crimen machista (en el fondo de ese doble asesinato estaba causar el mayor daño posible a su expareja y que no encontraran jamás los cuerpos de las niñas) para condenarla de por vida con la incertidumbre, aún peor que la confirmación de la muerte, aunque él, y ahí está el absurdo retorcimiento de su plan, no pudiera disfrutar de los efluvios ácidos de su venganza por no estar ya en este mundo, algo que todavía tiene que confirmarse.

Excepcionales, pero no tan raros, son estos asesinatos de hijos a manos de sus padres y en la memoria reciente de nuestro país están frescos los cometidos por Rosario Porto y su marido Alfonso Basterra contra su hija Asunta (envenenada durante meses); el asesinato y cremación de los cuerpos de sus hijos a manos de José Bretón; o David Oubel Renedo, que asesinó a sus hijas con una radial, entre otros. Desde 2013, en el que hay registros de este tipo de crímenes en España, 39 menores han sido asesinados por sus padres y el 70 por ciento de esos crímenes son cometidos por mujeres, dato que suele omitirse. Hace días, aunque pasó desapercibido a nivel mediático, una madre asesinó a su hija para impedir que la custodia de la menor pasara a su expareja.

Casos como el de Tenerife, sin embargo, son excepcionales por su retorcimiento y el deseo patológico por parte del criminal de causar el mayor mal posible a la víctima sobreviviente, la madre, cuya vida ese desalmado malnacido ha hundido pasa siempre. El mal habita entre nosotros.

 

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