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Francisco Brines, el poeta elegíaco del instante

fRANCISCO bRINES

Francisco Brines

 

Francisco Brines, el poeta elegíaco del instante

Francisco Brines, el poeta elegíaco del instante

El reciente fallecimiento de Francisco Brines, último Premio Cervantes de Literatura en Lengua Castellana, llena de luto a las letras españolas.

Ana Alejandre

Francisco Brines fue galardonado en el pasado mes de noviembre con el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2020 y falleció, a los 89 años, el 29 del pasado mes de mayo, en el hospital de Gancía (Valencia), donde permanecía ingresado desde el día 13 del mismo mes y en cuyo centro hospitalario fue intervenido de una hernia.

El óbito se produjo pocos días después de que los Reyes le entregaran el Premio Cervantes en su casa de Elca, Hacía varios años que no se movía de su domicilio, situado en el campo de Oliva, lugar referente en sus poemas. Desde su casa se ve el Mar Mediterráneo y el macizo de Montgó, vista que plasma en sus poemas que ofrecen una visión hedonista sin dejar de ser sobria, que es la herencia literaria que deja Brines, quien había reunido desde muy joven toda su poesía completa con el título de Ensayo de una despedida. Obra a la que el propio poeta calificaba como una extensa elegía.

Su obra está muy influenciada por Juan Ramón Jiménez y Luís Cernuda y se inscribe en la Generación del 50. Su poética está basada en una continua reflexión exploratoria de la realidad a través de la experiencia. Su primer poemario llevaba el título de Las brasas (1960) que fue reconocida con el premio Adonais.

Otros libros suyos que son también referentes dentro de su obra son los que llevan los títulos El santo inocente y la muerte de Sócrates (1965), Palabras en la oscuridad (1966), Aún no (1971), Poesía,1970-1971 (1974), Insistencias en Luzbel (1977), Ensayo de una despedida: Nueva suma poética 1960-1977 (1984), Poemas excluidos (1985), Poemas a D.K. (1987) y El otoño de las rosas (1987), que recibió el Premio Nacional de Poesía

En 1995, publicó La última costa y con ella dió por terminada su obra. Mas tarde, escribió una serie de poemas para un nuevo libro que ya será publicado póstumamente, aunque fue publicando dichos poemas en diversas antologías y le eligió como título Donde muere la muerte, pero no quiso darlo por concluido porque confesaba, que tenía la seguridad de que si lo terminaba se moriría. Lo afirmaba como siempre hacía cuando hablaba de temas serios, con media sonrisa, pero sin patetismo alguno. Su tardanza en acabar dicha obra quizás se justificaba por su tendencia a la dilación en la búsqueda constante de la perfección estilística Esto se acompañaba por su anhelo de vivir la vida postergando la poesía. Además, prefería una buena conversación a dormir, y elegía ,sobre todo, ser un espectador atento a la belleza del mundo antes que escribir sobre ella.

Por todo esto, su poesía tiene el acento crepuscular de quien es consciente de la constante fugacidad de todo lo bueno, lo bello y lo auténtico que ofrece la vida .Eso convierte a sus versos en una constante referencia a la muerte, lo que parece contradecir su personalidad vitalista y convierte a su obra poética en diferente a la de otros poetas.

Licenciado en Derecho, profesion que nunca ejerció, también cursó estudios de Historia y Filología, Formó parte de la generación de los cincuenta junto a poetas como Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, así como José Ángel Valente y Claudio Rodríguez. Con estos dos últimos compartiría la experiencia de Óxford (Reino Unido) en el bienio que pasó como lector en esa universidad. Dicha experiencia le inspiró el poemario Palabras en la oscuridad (1966) que recibió el Premio de la Crítica y en el que aparece la gran influencia de unos de los poetas referenciales de Brines como fue Luís Cernuda. En este último poeta basó su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en 2001. Otro de sus referentes poéticos fue Juan Ramón Jiménez a quien reivindicó durante la dictadura franquista, cuando el simbolismo era denostado o ignorado y solo se aceptaba la poesía de Antonio Machado.

Brines,aunque había estudiado en los jesuitas, tenía otras influencias en su pensamiento como era la cultura grecolatina, de la que era una gran conocedor y de la que recibió su actitud estoica más que epicúrea.

Esa falta de prisa en escribir y publicar fue la que motivó que tardara una década en terminar otro libro que fue publicado en la editorial Renacimiento y, como poemario, le sacó del ostracismo poético y le hizo volver a la luz pública con el título ·El otoño de la rosas (1986) que recibió el Premio Nacional que vino a ratificar la calidad poética de ese libro en el que están incluidos alguno de los más insignes ejemplos de la poesía homoerótica en lengua española ,de un poeta que ya era considerado un maestro con poco más de 50 años.

Esa década de espera de un nuevo libro se repitió de nuevo porque hasta 1995 no volvió a publicar el siguiente libro que lleva el título de La Última costa, al que cierra un poema que narra el paso de la laguna Estigia junto a su madre. Fue la muerte de ella la que le hizo abandonar su casa de Madrid -en la que tenía como vecino a José Manuel Caballero Bonald que falleció onde días antes que Brines, en una extraña sincronicidad entre dos grandes y últimos autores de la Generación de los 50-, y también cerró su casa de Valencia, para instalarse en Oliva, su pueblo natal, en una casa rodeada de árboles frutales.

Además de los galardones ya citados, ganó importantes premios como son el Premio Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2010 y el Premio Cervantes en 2020.

El fallecimiento de Francisco Brines es una pérdida irreparable para la poesía española que ha perdido a uno de sus más insignes representantes.

Descanse en paz.

Aquel verano de mi juventud

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vidido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
No queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.

En Ensayo de una despedida (antología, 1997).






 

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