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Solo nos queda la lengua
Lengua Española
Sólo nos queda la lengua
Sólo nos queda la lengua
Marcelino Lastra
Si la geopolítica, en su acepción más actual, se refiere a los hechos vinculados con las relaciones internacionales y la articulación del poder político de los Estados y territorios, la geolingüística es mucho más que colorear las lenguas del mundo en un mapa. Hoy, este concepto hace referencia a la capacidad de una lengua para construir y/o desarrollar poder político; es decir, la lengua como herramienta de poder.
Hay quienes entienden que la lengua es un mero instrumento de comunicación personal; al hacerlo, ignoran, en primer lugar, el papel de la geopolítica en prácticamente todas las decisiones gubernamentales de cierta importancia, incluso las de ámbito local y, en segundo, desconocen cómo se construye el poder.
Gustavo Bueno dejó escrito que las lenguas son tecnologías.
Que la tecnología-lengua sea puntera, o no, dependerá de su influencia en el mundo, y para adquirirla será condición indispensable tener una masa crítica de hablantes; sin este presupuesto, la tecnología-lengua sería una especie de fresquera, o nevera de hielo, en la época de los frigoríficos con congelador incorporado.
El poder político se construye, se defiende, se aumenta o de pierde. Es parecido a la cuota de mercado de un producto ¿Existirá alguno cuya fábrica se conforme con la participación obtenida en un mercado cualquiera y renuncie a ganar más? Ninguno, salvo que hubiera entrado en la fase de declive y su relanzamiento supusiera unos costos empresariales imposibles de asumir. De no ser así, nadie en su sano juicio renunciaría a impulsar un producto pujante; no hacerlo sería facilitar el camino a los competidores que, muy atentos, aprovecharían la oportunidad para arrebatarle una porción de mercado, por pequeña que fuera. Todo producto con masa crítica suficiente aspira a tener una posición de liderazgo capaz de imponer a los demás sus reglas de juego.
Si las tecnologías son un tipo de producto, las lenguas también lo son; por tanto, porfiarán por aumentar su presencia en el concierto mundial.
De la misma forma que las grandes multinacionales utilizan en su beneficio a las pequeñas empresas, accediendo a sus innovaciones mediante diferentes fórmulas, los administradores de las lenguas multinacionales utilizan a las pequeñas para debilitar a otros contendientes lingüísticos capaces de hacerles sombra.
Si el español siguiera siendo oficial en Filipinas, nuestra lengua tendría 110 M. más de hablantes. La decisión de EE.UU. de imponer el inglés en detrimento del español no tuvo como motivo sustituir una herramienta de comunicación por otra; las cosas no son tan simples; sino la de utilizar la lengua como verdadera arma geopolítica, ampliando su penetración mundial; en este caso, en Asia y, de paso, reducir el poder cultural de su único contendiente occidental: el mundo hispano.
He dicho en varias ocasiones que Occidente, en cuánto unidad homogénea, es una ficción creada por Francia e Inglaterra para arrastrarnos a todos al mismo redil. No, Occidente no es más que una referencia geográfica. No existe un Occidente unívoco, como tampoco existe un solo Oriente. En Occidente hay dos culturas-civilización preponderantes, la hispana y la anglosajona; ambas en permanente dialéctica desde hace 5 siglos; en ese intercambio de golpes, la lengua ha sido, y es, uno de los botines más preciados. En Occidente, sólo existen dos lenguas con suficiente masa crítica para constituirse en instrumento de poder: el inglés y el español. Desafortunadamente, las únicas élites (políticas, académicas, culturales, económicas…..) conscientes de administrar ese poder han sido las anglosajonas; las del mundo hispano decidieron echarse en brazos de su contrincante, creyendo, quizá, que al compartir espacio en esa ficción cultural unívoca llamada Occidente, los éxitos de nuestros adversarios serían también los nuestros. Imposible ser más mentecatos, papanatas, pánfilos; que cada cual agregue su propio adjetivo.
Las instituciones anglosajonas, comenzando por las universidades, han dedicado y dedican enormes recursos para fragmentar la unidad lingüística del idioma español. La ideología de la descolonización cultural es uno de los arietes ideológicos más letales emanado de sus cátedras. El objetivo: reducir la masa de hispanohablantes mediante el fomento de lenguas tecnológicamente irrelevantes desde un prisma geopolítico. En América y en España se recurre a la misma estrategia: la implosión de los particularismos. Allende los mares, a través del sustrato indigenista; aquende, mediante el impulso de diferentes singularidades territoriales.
No existe una reivindicación lingüística en el mundo hispano ajena a esta feroz pugna geopolítica.
El único instrumento de poder que le queda a España y al resto de la Hispanidad es la lengua. En la lengua española se condensan: la moneda que no tenemos, el poder nuclear al que se nos obligó a renunciar, la industria que nos fue arrebatada y, actualmente, prohibida. Las campañas a favor de la cooficialidad a ambos lados del Atlántico de lenguas con una relevancia geolingüística nula buscan que los habitantes de esas regiones terminen por considerar al español una lengua ajena, con la consiguiente pérdida del vínculo emocional hacia ella. Conseguido esto, el siguiente pasó iría acompañado de esta pregunta: ¿no sería preferible centrarnos en aprender correctamente inglés?
No es una hipótesis. Dicha cuestión ya ha sido lanzada a modo de globo sonda en determinados círculos de poder.
Sólo nos queda la lengua.
Edición nº 58, enero/marzo de 2022