El desaparecido Pedro Gálvez

El maestro del emperador

El maestro del emperador de

 

El desaparecido Pedro Gálvez

José Luis Muñoz

Llevo años buscando a Pedro Gálvez. También su familia. La última vez que lo vi fue en Granada hace dieciséis años. Comimos juntos. Bueno, él no comió absolutamente nada; pedía los platos y no los probaba; sólo bebía el vino tinto que se iba sirviendo de una botella. Me dijo que se iba a vivir a Almería, al Cabo de Gata, pero indagué por esa zona, a través de colegas, y nadie supo darme razón de él. Quizá este escrito sirva como botella de náufrago que llegue a su orilla y él rompa para leer el mensaje que hay en su interior. No lo creo, aunque no pierdo la esperanza.

Conocí a Pedro Gálvez en el 2002 y en la Semana Negra de Gijón. Ambos veníamos con novelas históricas al festival asturiano bajo el brazo. Yo con una trilogía sobre el descubrimiento de América, y él con El maestro del emperador sobre la figura de Nerón. Este Pedro Gálvez, novelista histórico, era nieto del poeta bohemio Pedro Luis de Gálvez fusilado en 1940, un personaje vallinclanesco. De casta le viene al galgo. De eso me enteré luego, como de su exilio en Venezuela, con su familia republicana, su participación en la creación del Partido Comunista de ese país caribeño y su paso por la RDA como traductor del jefe de estado Walter Ulbricht. Decía, y no sé si fantaseaba, que estuvo en la Stassi en esa Alemania comunista antes de pasarse a la occidental en 1971 y nuestro amigo común Juan Bas fantaseaba con que Pedro Gálvez era capaz de degollarte con una tarjeta de crédito.

A cuenta de Nerón se organizó una notable trifulca en la mesa en la que intervenía que acabó a patadas y golpes de silla con otro novelista histórico que denigraba la figura de ese emperador que siempre tuvo tan mala prensa y Pedro Gálvez defendía sin fisuras. Compré su novela y creo que me la dedicó. Me asombró, cuando la leí, su extraordinaria calidad literaria, su fluidez y lo bien estructurada que estaba. El Pedro Gálvez que yo conocía, abstraído, de mirada huidiza, razonamiento caótico y arranques abruptos, se transformaba en otro cuando escribía y era capaz de sobreponerse al caos mental que lo invadía y regalar al lector esa espléndida novela a la que seguirían un par más, La emperatriz de Roma y Nerón, diario de un emperador, con las que formó una trilogía sobre Roma que en nada tenía que envidiar a las novelas de Marguerite Yourcenar, Robert Graves o Gore Vidal. Alejandro Amenabar adaptó para el cine otra de sus novelas históricas, Hypatia, para su película Ágora de la que el escritor huye como de la peste.

Volví a coincidir con Pedro Gálvez años más tarde. Su mente era aún más caótica. Tuvo un grave problema de salud durante el festival que lo mantuvo varios días en un hospital de donde se largó antes de que le dieran el alta alegando que él mismo se curaría la herida de la operación. Esa reacción irracional, y posteriores declaraciones suyas a la prensa, motivaron el veto de la Semana Negra. Los festivales literarios imponen sus castigos y algunos no se levantan jamás.

Pedro Gálvez dominaba a la perfección el alemán, así es que ejercía de traductor. Los cuentos de Grimm, los Diarios de Thomas Mann, el Fausto de Goethe, obras de Heine, Meyrink y Enzensberger, fueron algunos de sus trabajos. Se estableció en Munich en 2011, cuando dejó España, y allí, en su casa, recibió la visita de un sicario que lo apuñaló repetidas veces en espalda, estómago y cuello. Se salvó de milagro de ese intento de asesinato. No me dijo, en esa comida en la que no comió, quién quería matarlo. Yo no pregunté.

Luego, Pedro Gálvez desapareció por completo, tragado por la tierra. No ha vuelto a publicar desde el 2009, ni a dar señales de vida a nadie, ni siquiera a su familia que me contacta de vez en cuando por si sé algo de él. Sin duda su vida daría para unas cuantas novelas negras y de intriga. Continuo buscándolo, lo hago desde hace unos cuantos años, sin muchas esperanzas de encontrarlo porque seguramente él no quiere que se le encuentre. Es un caso típico de desaparición voluntaria como la de Sallinger. Pedro Gálvez es de esos tipos que bajan al estanco a comprar un paquete de tabaco y ya no regresan jamás.

 

Edición nº 58, enero/marzo de 2022