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Pospandemia y contracultura

Pospandemii y contracultura

 

Pospandemia y contracultura


“La humanidad no puede soportar mucha realidad” (T.S.Eliot)

Ángel Sánchez García

Una progresiva y erosiva crisis de identidad causada por ese dominio de la crítica emocional sobre la racional, ha derivado en un pesimismo general. La pandemia ha acelerado este proceso.

La pandemia ha puesto a prueba nuestra resistencia y fortaleza de ánimo a la hora de afrontar circunstancias traumáticas. Confinados y limitados en nuestras libertades nos dimos un atracón de realidad. El levantamiento de las medidas restrictivas ha puesto de manifiesto la rapidez y ánimo de la sociedad en pasar página rápidamente. El miedo inducido por los medios de comunicación y autoridades y, el miedo a la pérdida de las personas queridas, trabajos y modos de vida, han sacudido nuestra visión del mundo y nuestras vidas confortables.

Esta traumática experiencia ni nos ha hecho mejores ni nos ha permitido vislumbrar nuestro futuro con optimismo. Los sucesos traumáticos constituyen hitos biográficos e históricos desencadenantes de todo tipo de cambios, y es eso lo que se está produciendo, un cambio de época, con la sensación de que no somos sus artífices, de que no está bajo nuestro control.

La idea de progreso y crecimiento ilimitados ha entrado en barrena. Se vive el presente hasta la extenuación y la depresión es epidemia. La pandemia ha acentuado la crisis civilizatoria iniciada décadas atrás, y que hunde sus raíces en un proceso de deshumanización de la cultura marcado por la crisis de los Humanismos modernos, y destacadamente de la Pos-modernidad.

Para la Pos-modernidad, la identidad personal y comunitaria deben quedar desprovistas de todo tipo de dogmatismos. Cuando todo es relativo porque todo está condicionado exógenamente, prevalece la subjetividad. La última emancipación cultural pendiente de la humanidad es la que se produce frente a la racionalidad, y se funda en el dominio de las emociones en las relaciones humanas. Más allá de esta emancipación de base humanista, no vislumbro más que corrientes anti-humanistas, que basadas en un acusado pesimismo antropológico, son capaces de defender desde la atribución de derechos a otras especies hasta la radical reducción demográfica de la especie humana.

Esta creo, era la deriva cultural dominante en occidente antes de la pandemia. Tras la pandemia, nuestra confianza en las emociones está quebrada. No hay terapias eficaces, no hay contra-emociones que curen nuestra desazón pos-pandémica. Por otra parte, está desarrollándose con fuerza una ola reaccionaria frente al subjetivismo cultural, que ya existía y que origina lo que algunos llaman batalla cultural. Esta ola se funda en el dominio de la racionalidad como fenómeno reaccionario y contracultural frente al dominio de la emocionalidad en las relaciones humanas.

En los duros meses de confinamiento, creo que hemos comprendido que las emociones no sólo pueden confundirnos, también pueden servir para que a través de ellas podamos vernos manipulados. Hemos despertado a la racionalidad. El uso masivo de las redes sociales y las fuentes alternativas de información han estimulado ese despertar a la racionalidad y a la búsqueda un tanto desesperada de certezas. Si afirmamos que somos lo que sentimos estamos dinamitando las certezas, porque nuestras emociones cambian, no son estables. El ser humano está programado para construir su vida e identidad desde las certezas, ya sean intelectuales o experienciales.

Dos cosmovisiones están entrando en colisión: una, la que hace prevalecer el dominio de las emociones y es netamente idealista, otra, la que hace prevalecer el dominio de las razones y es netamente realista. Este conflicto está generando una tensión social que se agravará en los próximos años, porque las instituciones, Estado y Mercado, no serán neutrales en esta batalla cultural.

En el trasfondo se halla una IV Revolución industrial, que implantará de forma masiva una nueva e inquietante tecnología, la Inteligencia Artificial, y cuyos costes sociales serán muy altos: pérdida de muchos empleos, mayor empobrecimiento de la clase media y mayor control social para prevenir desórdenes públicos. La Nueva Normalidad ha venido para quedarse.

El idealismo de anteriores generaciones que han vivido en la opulencia y la ausencia de conflictos bélicos, entrará en colisión con el realismo de presentes generaciones, las cuales vivirán en la escasez y conocerán esos conflictos.

Se está produciendo una tendencia bastante paradójica. Unas generaciones educadas en el espíritu de Mayo del 68, idealistas y antidogmáticas, están siendo replicadas por otras que reprochan su dogmatismo autoritario, falta de realismo y ausencia de autocrítica. Antidogmáticos que se han tornado dogmáticos pues han construido el sistema de valores vigente. Dogmáticos que se comportan como antidogmáticos porque no aceptan el sistema de valores vigente, lo cuestionan y aspiran a cambiarlo. Es la dialéctica de los pro-sistema y anti-sistema si bien, la diferencia ahora, es que el marxismo en todas sus variantes (ecologismo, feminismo, animalismo, etc.) forma parte de la estructura ideológica del sistema. La rebeldía ahora es contra-revolucionaria.

La sucesión entre épocas de abundancia y escasez es una constante histórica. También lo es la tensión entre cosmovisiones idealistas y realistas. Lo único que permanece y prevalece, es la inalterable y predecible naturaleza humana y, el cambio tecnológico no la alterará. .