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La ley Celaa y la destrucción del conocimiento

Ley Celaa

Isabel Cellaa, Ministra de Educación

 

Ley Celaa

Marcelino Lastra

En el último cuarto del siglo XIX apareció una mente mefistofélica. Una más de las tantas a las que Inglaterra ha sido proclive. Posiblemente no exista en el mundo otro país con mayor productividad en personajes nefastos ascendidos en la historia por la influencia de los grupos de poder a que pertenecieron. En este caso, se trata de Bertrand Russell.

Dotado de una gran inteligencia, este filósofo ganador del Nobel de literatura escribió la que sería la guía perfecta para la educación de las siguientes generaciones. En este artículo me detendré en seis aspectos claves de su idea educativa.

El primero, propugna establecer dos sistemas claramente diferenciados. Uno, dirigido a la mayoría de la población. Otro, a las minorías llamadas a gobernarla. Su implantación habría de hacerse en el más absoluto secreto. Los dominados nunca deberían saber, ni siquiera sospechar, la existencia de tal discriminación.

Establecidos los dos sistemas, el siguiente paso consistiría en hacer que los alumnos de las clases no dirigentes fueran educados para creer que “la nieve es negra”. En otras palabras, para que no tuvieran acceso al conocimiento real de las cosas, sino a un adoctrinamiento capaz de hacerlos más dóciles a los designios de sus élites.

A Russell le preocupó el posible coste desmedido de implantación de este modelo, por eso afirmó que “los científicos y psicólogos determinarán si conseguir que los estudiantes crean que la nieve es negra sería muy costoso (…)”. Por tal motivo, aconsejó una implantación gradual: “si fuera muy costoso, en un primer paso habría que conformarse con hacer que los estudiantes crean que la nieve es gris”.

El tercer paso pondría su ojo en neutralizar cualquier disidencia entre los educandos. Para conseguirlo, definió la siguiente estrategia: “(…) los que no aceptaran que la nieve es negra o gris sean considerados unos excéntricos”. La situación perfecta sería aquella en donde el disidente fuera ridiculizado por sus propios compañeros.

El cuarto y quinto paso tendrían por objeto asegurar el adoctrinamiento de forma generalizada. La forma de conseguirlo sería con dos medidas: Una, la escolarización obligatoria; dos, adelantando dicha escolarización a edades muy tempranas. Consideró la edad de 4 años la idónea para arrancar a los niños de los brazos paternos, ya que es entre esta edad y los 8 años cuando es más fácil moldear los cerebros para que acepten con naturalidad que la nieve es negra.

El sexto paso sería la implantación de la ciencia como una nueva religión.

Russell era consciente de la pérdida de influencia paulatina de las religiones como moduladores de la conducta humana. Los nuevos mandamientos ya no serían de índole moral ni los nuevos pecados consecuencia de su incumplimiento. Los nuevos mandamientos nacerían de postulados científicos y su inobservancia duramente castigada como un pecado mortal, no ya en la otra vida, sino en esta.

Russell, al igual que Orwell o Huxley, fue miembro preeminente de la Sociedad Fabiana. Esta organización se considera a sí misma poseedora de una sabiduría superior; no hay supremacismo capaz de competir con el suyo. Su emblema es un lobo cubierto con una piel de cordero. No hay mejor forma de exponer a las claras su manera de actuar y lograr que los demás interpreten semejante desparpajo con una sonrisa creyendo que todo se trata de una simple broma.

La Sociedad Fabiana nunca dará la cara. De hacerlo no sería un lobo con piel de cordero. La manera de comunicarse con sus adeptos ha sido mediante los escritos de sus miembros más preeminentes. En ellos, exponen sus planes haciendo creer que se trata de denuncias sobre el peligro de un futuro distópico. Pero no. Las obras de los fabianos no son visionarias. Reflejan un mundo indeseado por la mayoría de los mortales, las clases no dirigentes y, a su vez, la tierra prometida para las élites rectoras de la sociedad. Los fabianos han seguido disciplinadamente a los sumos sacerdotes de su “religión” y han aprendido que no despojarse de la piel de cordero es clave para alcanzar su meta. Por este motivo adoptaron el gradualismo como estrategia de implantación. Han evitado la confrontación. Siempre fueron conscientes de que la subordinación cultural era y es la herramienta más poderosa: Conseguir que los demás piensen como ellos desean.

Hay que reconocerles un enorme éxito en las últimas décadas.

Los fabianos han sido los impulsores de la tercera vía de Tony Bair, cuya misión fue acabar de fusionar el capitalismo y el socialismo.

Su ideal de humanidad es aquel donde las personas sean “felices sin tener nada”, tal y como propugna el capitalista Foro Económico Mundial, responsable de la organización de una de las citas anuales más importantes del capitalismo: el Foro de Davos. Buscan crear sociedades en donde la propiedad pase de ser la regla a la excepción y los recursos de todo tipo sean administrados por una cúpula rectora ajena al control popular.

Otra característica de los fabianos es su desprecio por la “masa sucia”- llamada así en referencia al aspecto de los obreros fabriles- y por los “comensales inútiles” –denominación utilizada por el fundador de la CNN, Ted Turner, para referirse al exceso de población, a su juicio, existente en el planeta-. Los fabianos son maltusianos y eugenésicos.

Circunscribiéndonos al ámbito educativo, la Ley Celaa es de clara inspiración Fabiana. Los niños son su botín más preciado. La gradualidad paciente con la que, poco a poco, han contaminando los valores sociales nos han traído a donde estamos hoy. Una arquitectura cultural no percibida por la ciudadanía de a pie. Asumida acríticamente por ciudadanos con alta estima personal y convencidos de estar bien informados. Con estos mimbres será muy difícil hacerlos reflexionar. Quienes los alerten correrán el riesgo de ser los excéntricos a los que se refería Russell: Su manera predilecta de desprestigiar a los disidentes.

Los padres que no arrojen a sus hijos en brazos de la “autoridad” educativa de forma alegre, pánfila, y sean conscientes de la realidad, deberán asumir una carga extra imprevista. La escolarización obligatoria más que una medida para transmitir conocimiento será la forma más efectiva de asegurar un adoctrinamiento general, máxime con la reducción de la edad de los niños en su incorporación a la educación reglada.

La desprogramación únicamente será posible en los hogares donde los progenitores tengan agallas para explicar a sus hijos que la nieve es blanca; que no permitan que los problemas cotidianos les roben toda la energía y guarden la suficiente para derrotar a la inercia, bajar del limbo y poner los pies en la tierra. Si ellos no lo hacen, hoy por hoy, nadie lo hará.

La duda es ¿cuántos de los padres actuales no han sido ya convencidos de que la nieve es negra o, al menos, gris, y prefieren que sus hijos sean aceptados por el rebaño en vez de educarlos para ser una llama de cierta libertad, con el riesgo que ello supondría para su comodidad vital?

 

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