Escribir contra la muerte

La Muerte

representación de la Muerte

 

Escribir contra la muerte

José Luis Muñoz

Anda últimamente muy enfrentada la Parca con la musa de la tragedia, Melpómere. Es como si la muerte se hubiera aliado con esta hija de Zeus y Mnemósine para inspirar sus historias. El final del 2021 y el principio del 2022 está siendo terriblemente letal a la hora de sajar de cuajo talentos literarios antes de que, por lógica biológica, les llegara su hora. Si a finales del 2021 se nos fue Almudena Grandes, dejando un vacío equiparable a su apellido, 2022 se ha llevado nada menos que a tres escritores jóvenes que tenían un montón de cosas que decir: Fernando Marías, Javier Abasolo y Domingo Villar. Uno se tienta la ropa pensando en quién será el próximo.

Con dos de los desaparecidos tenía una gran amistad. Con Fernando me unía una pasión enloquecida por el cine, un montón de buenos momentos compartidos y algunas escenas chuscas que ambos encajábamos con buen humor. Nos conocimos en esas colonias de verano que eran las Semanas Negras de antaño. Además Fernando era uno de los escritores más brillantes que ha dado este país y ahí están Esta noche moriré, un monólogo negro que además él representaba sobre los escenarios, porque mi amigo escritor se reinventaba todos los días; La isla del padre, una hermosa novela sobre ese padre ausente que tuvo e idealizó; y Arde este libro que, cosas del destino, se ha convertido en su obra póstuma, el exorcismo literario para sacarse el sentimiento de culpa de inducir al alcoholismo a su esposa francesa Veronique, fallecida hace unos años por su adicción etílica.

La relación de Fernando Marías con el alcohol, ese elemento tan presente en la literatura desde Edgar Allan Poe a Malcom Lowry pasando por William Faulkner, guardaba paralelismo con la película que mejor retrataba esa adicción: Días de vino y rosas. Fernando María era Jack Lemmon, pudo salir de ese infierno; su Veronique era Lee Remick, sucumbió en él. Recibí la noticia de su muerte con incredulidad; luego con llanto y desesperación. Y rabia por no haber podido compartir más momentos. Perdía a uno de mis mejores amigos dentro del ámbito literario, un tipo generoso siempre dispuesto a echarte una mano, un escritor extraordinario cuya muerte me privaba del placer de nuevas lecturas de obras que no se escribirán.

Javier Abasolo, otro de mis buenos amigos, vasco y bilbaíno, con todo lo que ello conlleva, vivió hasta el último instante saboreando la vida a pesar de saberse condenado a muerte por un cáncer de páncreas que sobrellevó dignamente durante cinco años, el tiempo que estiman los médicos que puede durar un enfermo de esas características. Durante ese tiempo fue feliz, nos hizo felices a todos los que compartimos con él buenos momentos (el pasado año subió al festival cultural que organizamos en el Valle de Arán) y se despidió de todos nosotros con una entereza extraordinaria, hasta el punto de redactar una carta post mortem dedicada a todos sus amigos, hablando de lo feliz que había sido disfrutando de su amistad y sintiéndose querido por ellos. Abasolo formaba parte de ese círculo de escritores vascos vinculados a la novela negra que se conoce como txapela noir. No por ser una muerte anunciada, ha sido menos dolorosa. La despedida de Javier es toda una lección del buen morir, algo que no se enseña en las escuelas, como tampoco el buen vivir.

Cuesta aceptarse uno mismo como transitorio, prescindible, de paso por este mundo tan imperfecto como apasionante, con todas sus virtudes y defectos, del que nunca encontramos el momento para partir. Cuesta aceptar nuestra levedad absoluta y saber que vivimos de casualidad, que cada vez que el sol ilumina nuestra cara y abrimos los ojos por la mañana se prolonga nuestra vida y le damos gracias a esta. Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda dixit). Hay una frase maravillosa de Rosa Montero que no me canso de repetir porque la suscribo y la practico: Escribimos contra la muerte. Y pararemos cuando esta nos detenga la mano. Samuel Beckett, que nació en Viernes Santo y murió en Navidad, para provocar, definió la vida como Ese caos que hay entre dos silencios. Qué dure el caos.

 

 

Edición nº 58, enero/marzo de 2022