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Presencia del Mal (igno)
Presencia del Mal (igno)
Agostino Musi, “The Skeletons” (1518),
Presencia del Mal
¨Angel Manuel Sánchez García García
“La gente que deja de creer en Dios, o en la bondad, sigue creyendo en el demonio.” (Anne Rice)
La presencia del Mal ha sido, es y seguirá siendo “trending topic” como realidad subyacente en las conservaciones y en las disquisiciones de todo tipo. Atribuimos al Mal nuestra tribulación, dolor o sufrimiento. Pero qué es el Mal, en qué Mal pensamos cuando razonamos sobre nuestras desgracias.
Asociamos el Mal con enfermedades, sucesos trágicos y personas dañinas, con carencias materiales y afectivas, y en general con toda manifestación de debilidad e inseguridad de nuestra parte, por mucho que califiquemos estas realidades con eufemismos como depresión y ansiedad.
El miedo al dolor físico y al sufrimiento moral sigue siendo la mayor fuente de angustia en los seres humanos. Ese miedo delata una realidad mayor, la presencia del Mal en nuestras vidas, Mal que es atávica superstición, pero también una de las más formidables cuestiones filosóficas planteadas en todos los tiempos. El Mal es necesaria condición para el más natural y digno cometido humano: Buscar el sentido a la vida que se concreta en la búsqueda de sentido a su sufrimiento.
De todas las definiciones una sencilla es la dada por Tomás de Aquino: El Mal es ausencia de todo Bien o negación de todo bien debido. Se habla de Mal físico o de pena, ajeno a la voluntad humana como las catástrofes naturales, los accidentes o las enfermedades y; Mal moral o de culpa, en el que intervine como causa la voluntad humana.
El Mal, con el que muchas personas dan sentido y explicación a sus tribulaciones, ejerce discreta y engañosamente un formidable poder de seducción y destrucción. Sí, efectivamente, me refiero al Mal como Entidad y no solo como fenómeno, luego explicaré por qué.
Es discreto y engañoso porque es subliminal. El Mal cuando es concebido por las ideologías y la psiquiatría es instrumento para conseguir un fin o es desviación o enfermedad mental, y es tratado pues, como realidad material y no espiritual. De esta forma no es de extrañar que en numerosos casos el Mal sea justificado o para conseguir fines o para exculpar a monstruos. El Mal gusta de presentarse como solución victoriosa y fácil a los problemas. Es un vendedor eficaz y un mentiroso pertinaz.
Es seductor porque suscita curiosidad y colma inquietudes, instintos y apetitos. El Mal responde a las cuestiones que la ciencia no puede explicar y resolver y la ciencia, puede ser muy cruel cuando llega a estos casos pues medica al paciente o lo abandona. El Mal acude en momentos de desesperación y sacude en momentos de relajación. Cautiva con su imagen de fuerza, seguridad y ausencia de límites morales.
Es destructivo porque una vez que se reconoce su influencia, se puede caer fácilmente en la depresión por impotencia o en la connivencia por conveniencia, que es cuando se decide ser malo para evitar reconocer la impotencia y la culpa. La maldad se cobra su precio. En el pecado está la penitencia, dice el refrán, con ello se da a entender que cada una de las malas acciones que se cometen traen consigo un castigo, tan duro como justo.
El Mal en sus múltiples expresiones, suscita miedo y admiración. Miedo porque genera dolor y sufrimiento, admiración porque se muestra fuerte y seguro. El Mal alcanza plena expresión en la Muerte, realidad radical a la que todos nos sometemos.
Una sociedad donde los acontecimientos se suceden con una rapidez pasmosa; donde la vida se ha hecho cómoda por tecnificada de tal manera que no desarrollamos como antes la memoria, el entendimiento o la habilidad (eso ya lo hace por nosotros la Wikipedia e infinidad de máquinas e inteligencias artificiales), nos está convirtiendo en una sociedad torpe y aburrida y, por tanto, falta de una creatividad que ha cedido ante la comodidad. Se delega cada vez más en la tecnología, modo automático de vida, y se renuncia cada vez más a la humanidad, modo manual de vida. Esto forma un escenario excelente para vernos limitados en nuestra capacidad de objetiva y crítica observación, de aguda reflexión y acertada decisión, y en ese escenario la maldad no encuentra barreras.
El Mal necesita de nuestra Libertad para actuar. La ausencia de discernimiento permite que la maldad, en esa huida constante de reconocer nuestras limitaciones o sentimientos de culpabilidad, se instale en nuestra realidad. Es doloroso asumir la realidad tal cual es, es preferible suplantarla por el ideal. Es doloroso reconocer que con nuestros errores quebramos la armonía y belleza de vida a la que aspiramos. Es doloroso reconocer que es fácil rechazar lo exigente, saltarse barreras para buscar atajos y que, por todo ello, en nuestra cotidianidad estamos lejos de conquistar el bien último, la felicidad.
Es terrible reconocer los límites asociados a la humanidad, y es por eso, por lo que en la Antigüedad se forjó el mito de un Ángel Caído, hermoso, fuerte y poderoso, Lucifer, que, sabiendo de la intención de Dios de hacerse humano, y por tanto de hacerse limitado, débil e inseguro, se rebeló contra su creador. Y es que cuando los seres humanos olvidan que su humanidad es sinónimo de fragilidad y que solo desde ella se puede con esfuerzo y humildad, aspirar a la superación y por tanto a lo sublime, abren la puerta para que la Maldad, el Mal o el Maligno les influencie o posea. Dios y la Bondad, así como la santidad, que es ese esfuerzo de superación, es cosa solo de esforzados pecadores, de seres débiles, inferiores e inseguros.
Dice el evangelio de Mateo (versículos 22 y 23):
“Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Y si la luz que hay en ti ha llegado a ser oscuridad, ¡cómo será de tenebrosa tu parte más oscura!”
La falta de conciencia de la existencia del Mal o su mero rechazo, conllevan la falta de un conocimiento integral de la realidad y del comportamiento humano, donde no todo tiene una explicación, pero todo tiene sentido y ello para que el ser humano pueda distinguirse de un animal que no busca sentido y solo satisface apetitos sin importarle acabar siendo un monstruo si es necesario.
Es terrible asumir que es fácil creer en el Mal, que es vistoso, avasallador y fuerte, y difícil creer en la Bondad, que es discreta, esforzada y débil. El mal es fácilmente experimentable porque el miedo es su timbre y la tentación su emisario, y quién no teme aceptar que, como decía Oscar Wilde, todos llevamos dentro el cielo y el infierno, que somos malos y buenos, que dentro de nosotros llevamos la soberbia de un Lucifer y la humildad de un Francisco de Asís, y que ambas combaten dentro de nosotros de manera permanente, pues la vida es un combate espiritual.
En estos tiempos de incredulidad y materialismo, impera la creencia de que la especie humana es malvada y destructiva, a ello contribuyen eficazmente los medios de comunicación con ese bombardeo diario de noticias negativas. Esta es la creencia hoy cada vez más común, que el ser humano es Maldad y es Maligno para el resto de la Creación. Hay que reconocer que el diablo no ha podido hacerlo mejor. Ha dado con una solución magistral en su plan de odio y destrucción del género humano, convencerle de que ha de odiarse a sí mismo y gracias a ello, convencerle de que su liberación es su autodestrucción. Y no es para menos viniendo de Lucifer, el arcángel preferido de Dios, el más brillante de sus seres celestiales, el más hermoso y el más admirado por el resto de los ángeles, bueno hasta que…en fin, Dios decidió hacerse Hombre. ¿Que por qué lo hizo? Probablemente, porque acabara harto de una criatura tan vanidosa como él y no solo porque creyera que el Hombre mereciera ser algo mucho más que un animal.
Mito o realidad, el caso es que tiene sentido para entender la presencia hoy día del Mal (igno) y desvelar su verdadero rostro. ¿Que cuál es el rostro de Dios en el que no crees o sí crees? Eso depende de con qué ojos te mires.
Edición nº 58, enero/marzo de 2022