Usted está aquí:  >>> ensamiento y vida 

La acedía, depresión espiritual de hoy

Pademia del Covid -9

 

La acedía, depresión espiritual de hoy

La acedía, depresión espiritual de hoy

ñangel Sánchez García

“Aislados, sin vínculos, sin celebraciones, el ser humano cae en la depresión psíquica y espiritual”Probablemente nunca antes habrás oído, esta palabra: Acedia. Fue con motivo de una charla del abad de Leyre, que la escuché por primera vez y la identifiqué con mi ridículo estado de ánimo pandémico, o debería decir, desánimo o hartazgo pandémico.
La acedia o acedía es un pecado capital. Traduzco a lo secular: es separación de un vínculo afectivo, y tiene una triple dimensión: corporal, psicológica y espiritual. Los padres del desierto la identificaban como una tentación, es decir, es un pensamiento, pero como todo pensamiento, puede convertirse en actitud y hábito si las circunstancias acompañan.

El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: “La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino” (CIC 2094). La indiferencia, la ingratitud y la tibieza son otras formas de la acedía. Yo identificaría esta desgana que puede convertirse en aversión, como Depresión espiritual.

Estoy de acuerdo con esos clásicos que no concebían la separación entre cuerpo, alma y espíritu. Cualquiera de estas tres realidades de nuestra persona, se ven afectadas si falla alguna de ellas, así que un mismo problema puede llegar a afectarnos a cuerpo, alma y espíritu.

Entiendo que esta pandemia nos haya sacudido tanto que pueda haber hecho que nos descuidemos físicamente, nos deprimamos psíquicamente y nos alejemos de Dios, porque se han dado las circunstancias ideales para provocar que cunda la pereza, el desánimo y la abulia, semillas del mal posterior. A mi parecer, estamos aterrizando en la cara más oscura del materialismo y el hedonismo: su más hiriente superficialidad.

Ha bastado que nos confinaran, aislaran, privaran y manipularan para que nos enfrentaran a nuestros miedos e inseguridades.

Un creyente lo ha de vivir igual que el que no lo es, e incluso peor, porque cuesta entender que Dios haya permitido tanta tragedia como maldad, y es que de esta pandemia no creo que muchos piensen que se haya salido ni mejor ni mejores. El panorama que ha abierto la pandemia es desesperanzador.
No hay recetas contra la acedía, ni fármacos, ni gimnasios que puedan impedir aquello que Dios permite: que seas tentado con tan silencioso demonio llamado por los monjes acedía.

Hay una honda crisis existencial porque nos han arrebatado la libertad de planificar y proyectar nuestro futuro. Poco espacio hay para el futuro en una cultura hedonista y materialista porque se vive para el presente y su disfrute, pero el ser humano inconscientemente incorpora en su ánimo la esperanza de al menos perpetuar ese estado, una especie de proyección hacia el futuro. Creo que ya no es así. ¿Podré irme de vacaciones sin que la pandemia lo impida? ¿Mantendré el trabajo? ¿Nos podremos casar? ¿Podremos juntarnos a comer en Navidad? ¿Podremos ir al templo? ¿Celebrar muestras tradiciones? Y así con muchas relaciones, vínculos y celebraciones.

Bajo la Dictadura contemporánea de las Emociones el miedo ha invalidado nuestras ganas de vivir con normalidad. El miedo ha abierto la puerta a la acedía. Nos ha convencido de que aislados, sin cuidar de amigos y familiares, privándonos de las necesarias celebraciones, nos ha preservado una salud que sin embargo se torna en depresión pero también aversión a quien ha elegido afrontar este duro presente con otra actitud. El miedo a morir se ha convertido en realidad en un miedo a vivir como seres humanos vinculados a nuestros cuerpos, a nuestros vínculos afectivos y a nuestras esperanzas en un futuro en libertad y feliz.

Hubo siempre enfermedades, hubo rupturas y discusiones, hubo crisis de Fe y de sentido de la vida, pero a pesar de todo eso elegíamos vivir, porque vivir suponía arriesgar para conquistar esa felicidad que no era más que una Paz presente en un futuro constante. Elegíamos no elegían por nosotros. Teníamos derecho a cuestionar e incluso a errar, que es la primera condición para ser libres y la segunda para aprender y madurar. Podíamos elegir entre ser y tener, que es la esencia del hombre contemporáneo. Hoy más que nunca estamos condicionados por eso que se llama Nueva Normalidad, o sea, las decisiones de otros. Sin tener recetas contra la depresión, entiendo que para salir de ella hay que tener primero conciencia de ella y, sobre todo REBELDÍA a que otros decidan por nosotros

 

Edición nº 58, enero/marzo de 2022